La impostura de la evaluación

Me hago eco de la iniciativa de unos compañeros de la Universidad de Granada, que han creado un grupo para reflexionar sobre lo que denominan «la impostura de la evaluación».

Este es un tema sobre el que hemos tratado en el blog en varias ocasiones, y que considero especialmente importante: control y evaluación son los dos enemigos fundamentales del aprendizaje.

El grupo de Granada se centra fundamentalmente en el deterioro que implica la evaluación del profesorado para la calidad de enseñanza. Además, ellos parten de posiciones lacanianas, mientras que mi pensamiento deriva del análisis de sistemas complejos. Yo diría que cualquier tipo de evaluación -no sólo la del profesor, que no deja de ser un nodo más en la red de aprendizaje- resulta en un procedimiento propio de la era industrial (sin relación con la era posdigital en que vivimos), que deteriora todo proceso de enseñanza/aprendizaje.

Para el 12 de marzo anuncian una jornada de estudio: «Consecuencias de la ideología de la evaluación en la vida escolar». En su texto de presentación como grupo de trabajo dejan las cosas muy claras, y acaban a lo grande:

«Nos dirán que somos partidarios de la ineficacia. Nos dirán que nos oponemos al progreso. Nos dirán que los evaluadores son científicos. Les diremos que en realidad son místicos y que funcionan como una secta. Les diremos que llegó el momento de cortar por lo sano. Les diremos que la “cultura de la evaluación” atenta contra la vida escolar porque es una forma de control y de tiranía. Les diremos, en estos momentos históricos de reformulación de la política educativa, que la batalla contra la ideología de la evaluación es, hoy por hoy, una de las grandes causas de la humanidad.»

26 comentarios en “La impostura de la evaluación

  1. Juan M. Fernández

    Incidiendo en lo que dices (creo conocer bien tus ideas sobre el tema) pediría a este grupo que se manifestara sobre la evaluación a los alumnos. No es que dude de sus propósitos pero me deja frío la absoluta ausencia de referencias al tema. Los alumnos aparecen sólo para denunciar a los profesores o para chantajearlos. No sé.

    Responder
  2. Pingback: La impostura de la evaluación « Asesoría TIC del CPR de Andorra

  3. José L. Castillo

    No soy capaz de sacralizar la evaluación ni de demonizarla. No es que no quiera, es que no sé. Me encanta que haya gente llena de seguridad, como los que han elaborado el manifiesto. Porque yo no la tengo.

    Y en ausencia de seguridad, tengo que hacer lo que creo que funciona. Netocracia toca, creo.

    Es claro que la evaluación puede usarse mal. ¿Su ausencia no? Odio los exámenes. Con todas mis fuerzas. Sea mi rol el de alumno o el de docente, da igual. Pero también odio estar solo, sin referencias que me indiquen cómo voy conforme avanzo hacia donde quiero llegar.

    Yo no creo en la muerte de la evaluación. Sí creo en la muerte de la evaluacion dirigida hacia la calificación. Pero no en que quien la quiera disponga de ella.

    Matarla significaría que nadie la tenga, que nadie la disfrute. ¡Se puede disfrutar! Matarla me parece tan dictadura como someterlo todo a ella.

    Como en todo, es el contexto. La evaluación en sí es una mera herramienta. Es el uso.

    ¡Es la competencia evaluadora, no la evaluación!

    Responder
  4. José L. Castillo

    Mi duda es si toda la evaluación mata. No me siento capaz de formularlo en unos términos tan rotundos. No creo que para la mayoría sea difícil aceptar que sí hay evaluación que mata. Pero… toda???? ¿Sea cual sea el enfoque? ¿Aunque el contexto sea de netocracia, p.ej.?

    Las muertes son terribles ¿Quién lo niega? Yo no conozco a nadie que lo haga, la verdad. Pero… ¿se habrían producido con cualquier tipo de evaluación? ¿Deben servir esas muertes para negar el derecho a una evaluación humanizadora a todo el mundo, por el hecho de etiquetarse con el verbo «evaluar»?

    Yo no creo que se pueda afirmar rotundamente que sí. Pero yo estoy hecho de incertidumbres, así que tampoco estoy seguro de eso.

    Responder
  5. Emilio Quintana

    José Luis, no conozco suficientemente el concepto de «netocracia» como para opinar del tema. Le seguiré la pista, desde luego.

    En todo caso, el cuestionamiento de los modelos de evaluación comparativa y cuantificable -que son los vigentes hoy día y (aunque parezca increíble) cada vez se usan más- es algo necesario en sí mismo. Hay que estar abiertos a alternativas, pero siempre sobre la base de la desaparición de sistemas perversos por naturaleza.

    Por desgracia, esto es lo que se está generalizando ahora. Y esto acaba con la educación, no te quepa duda.

    Responder
  6. José L. Castillo

    Sin duda, la desaparición de los sistemas perversos es un objetivo. Pero hay que cuidarse muy mucho, creo, del riesgo de que sistema perversos y humanizadores que comparten etiquetas lleven a dirigir el ataque a la etiqueta y no al sistema.

    La evaluación es un contexto en el que una persona se verifica a sí misma, con ayuda de otros o no. Eso no es malo en absoluto. Pero puede convertirse en malo sin duda.

    Creo que la muerte de la evaluación no es una buena idea, pero sí su depuración, su afinado.

    Responder
  7. Jesús Ambel

    El sólo hecho de que haya un debate crítico sobre la evaluación, ya es digno de tenerlo en cuenta.

    La evaluación ya no es el gesto metodológico de antaño, ya no es una parte de un proceso que permitía pensar, enjuiciar y valorar lo realizado. Han mantenido la misma palabra, pero han cambiado el contenido.

    La evaluación de ahora es una “práctica de aparatos” (Milner, 2007) para observar conductas, establecer déficits, obedecer a protocolos y rellenar papeles inservibles.

    La evaluación como ideología es acrítica, exige aquiescencia, homogenización, servidumbre y tiene efectos de infantilización. A sus partidarios se les puede aplicar lo que Louis Aragon decía del “gusto por lo absoluto”: «Qui a le goût de l’absolu renonce par là au bonheur».

    Responder
  8. José L. Castillo

    Lamento volver a discrepar. No toda la evaluación es así. Así es la evaluación centrada sobre productos finales. La que no permite rectificar, reorientar, redescubrir, reutilizar. Pero la centrada en procesos permite todo eso y más.

    Incluir bajo la etiqueta «evaluación» a procesos muy dispares es un error. Estoy convencido de eso.

    Ya que sabemos que hay evaluación mala (eso ha sido plenamente aceptado aquí y en Pekín), lo que resta debatir es si puede haber evaluación buena. Os propongo centrar la discusión un ratito en esto: ¿sería buena una evaluación demandada por el propio alumnado, no para obtener una nota, sino para identificar si está logrando sus objetivos? ¿Sería buena una evaluación elegida por el alumnado para mostrar sus logros a los demás?

    Y es que estoy convencido de que la evaluación, la buena evaluación (en la que sí creo) es un excelente puente entre la libertad personal y las demandas que las sociedades hacen, inevitablemente, a sus miembros.

    Responder
  9. Jesús Ambel

    El caso es que la evaluación ya no es el gesto metodológico de antaño: una parte de un proceso que permitía pensar, enjuiciar, valorar y dar un sentido a lo realizado.

    El caso es que por las vías del “todo cuantificable” y la del “todo gestionable”, los profesionales vemos cada día cómo se dobla nuestro trabajo con un sinfín de “papeles” que hay que remitir a las Agencias evaluadoras y del control de calidad.

    De una cuestión metodológica, de un tema técnico, hemos pasado a la “cultura de la evaluación”.

    Responder
  10. balhisay

    Hola, Emilio

    Tras leer tu artículo, el comentario que has dejado en mi blog, los comentarios de este artículo y todos los enlaces que aportas tengo que disentir con tu planteamiento de la evaluación.

    El artículo sobre France Telecom en ningún momento asocia los suicidios del personal de esta empresa con la evaluación sino, en todo caso, con una mala (muy mala, realmente) gestión de los recursos humanos (corto y pego)… «Los sindicatos denuncian desde hace meses los estresantes métodos de trabajo y de organización, los constantes cambios de ubicación, de tarea y de residencia de los trabajadores y la presión directa (a base de constantes correos electrónicos) para estimular la prejubilación».

    Que esa gestión está asociada a un sistema de control de los objetivos del personal tampoco es evidente, aunque bien pudiera ser el caso. Pero entonces lo que tendríamos es un sistema de evaluación al servicio, simplemente, del rendimiento del personal en una visión cortoplacista muy típica en España, por otra parte.

    Planteas el tema desde la visión de este equipo de profesores de la Universidad de Granada que plantean que la evaluación del profesorado daña la calidad de la enseñanza. Realmente esta afirmación me produce sentimientos encontrados. Creo que quien mantiene esta afirmación olvida que está desarrollando una función pública y, por tanto, subvencionada con fondos públicos y debe dar explicación de la eficacia de su trabajo.

    Si yo tengo una auditoría para comprobar que todas las licitaciones se han ajustado a la ley de contratación pública, y que se han adjudicado a la mejor oferta desde el punto de vista técnico y económico, ¿por qué un profesor no tiene que demostar también que está cumpliendo satisfactoriamente con su trabajo que es el de enseñar? (obvio el rol investigador para no abrir más frentes).

    Por otra parte, este ‘evaluar mata’ ¿incluye también al alumnado o quizá solo vale para el profesorado que quiere escapar de tener que dar más explicaciones de las necesarias?

    Se habla también de los sistemas de gestión de calidad en un tono peyorativo que afortunadamente no comparto. Implantar un sistema de calidad es equivalente a reglamentar, organizar y procedimentar los trabajos de una organización (una vez más la docencia universitaria va por otro camino, porque no existe el concepto de organización, aquí cada loco va a su tema y las únicas reuniones son las de los claustros para pelearse en los repartos de asignaturas por departamentos,… y he sido testigo en más de una).

    Efectivamente hay empresas que implantan un sistema de calidad simplemente para poner un sello en la entrada de la oficina y adornar sus publicidades en las líneas de bus, y se hartan de hacer papeles (no para remitir a ninguna Agencia evaluadora, como comenta Jesús, sino para enseñárselos al auditor cuando se presenta en la empresa). Una vez más estamos ante una perversión de algo que puede ser muy bueno para una organización.

    Más allá de estos casos más o menos anecdóticos, yo creo, como Jose Luis, en la evaluación de los procesos que nos permite redirigir nuestros esfuerzos para alcanzar nuestros objetivos. Cómo se haga es algo en lo que tendremos que trabajar para no pervertir su objetivo pero no creo que sea algo intrínsecamente negativo. Si cada acción que emprendemos persigue unos objetivos dificilmente podremos darla por concluida sin evaluar si hemos alcanzado los mismos y dificilmente los alcanzaremos si no somos capaces de evaluar el proceso para ir reorientando nuestros esfuerzos.

    No creo en la evaluación que compara, que discrimina, que humilla, que no sirve para hacernos mejores, que no sabe adaptarse a las personas y a las circunstancias, que obedece a normas inflexibles, que solo sirve para ‘cumplir’,… y podría seguir.

    Soy consciente de lo glamoroso que resulta hoy día el asesinato filosófico: hemos matado a los objetos de aprendizaje, a los blogs, a las plataformas de aprendizaje,…. ahora queremos acabar con la evaluación. De todo lo anterior esto es lo que más me preocupa, ¿quién quiere matarla, con que fín y que nos quedará en su lugar?

    Bueno, siento haberme extendido tanto pero creo que es un tema que merece toda nuestra atención. Si este movimiento sirve para mejorar la forma de evaluar y la percepción social de la misma me apunto.

    Un abrazo, Emilio y gracias por abrirnos una ventana hacia esta otra realidad sobre la evaluación.

    Responder
  11. Emilio Quintana

    Pues sí, David, discrepamos y mucho. Más o menos las posturas están claras, así que me limito a dejar algunos apuntes:

    1. No todo es evaluable. Hay cosas que no es posible evaluar. ¿De verdad sabes en qué consiste «cumplir satisfactoriamente con su trabajo, que es el de enseñar»? Yo no. El mejor profesor que he tenido fue uno de Latín que nunca hubiera pasado una evaluación porque no seguía el currículo ni cosas así. Hoy lo hubieran puesto en la calle, siendo el único del que aprendí en la escuela, y no solo yo.

    2. Evaluarlo todo es crear una «sociedad de la evaluación» en la que todo está sometido a control por una casta de evaluadores. O eres evaluador o eres evaluado. Eso crea una sociedad paranoica que recuerda mucho a la de los morticoles de Léon Daudet.

    3. Sí, incluyo al «alumnado». Todos somos alumnos y todos somos profesores. Todos enseñamos y todos aprendemos.

    4. No entiendo cuando hablas de «reglamentar, organizar y procedimentar». No creo que estos conceptos sirvan de mucho (en la realidad, no en la retórica de los informes) en una sociedad posdigital. Esto lo explica muy bien George Siemens en «Knowing Knowledge», un libro que hemos traducido en Nodos Ele. A este libro te remito (PDF de descarga gratuita)

    5. No pienso que una acción lleve a un objetivo. Al contrario, lo normal es que lo que hacemos nos lleve a objetivos que nunca habíamos pensado. El «objetivo» de la «acción» de Colón era llegar a Asia. En el proceso descubrió América. Colón no hubiera pasado la evaluación de objetivos. La teoría del caos y el análisis de sistemas complejos no son ninguna novedad.

    6. Una acción nunca concluye. En la sociedad red todo está en beta abierta, todo puede tomar otro camino. La realidad es independiente de la evaluación.

    7. La evaluación es intrínsicamente inútil, es un placebo (con efectos nocivos, ya que sirve de herramienta de control en manos de los «evaluadores»). Es inútil porque la realidad se evalúa continuamente a sí misma en tiempo real, de modo que la evaluación introduce elementos de distorsión en procesos que seguirían caminos más eficientes por sí mismos.

    Pues eso, que discrepamos, algo posible porque nadie evalúa si mi respuesta o la tuya se atiene o no a determinado objetivo que supuestamente hay que perseguir al hacer comentarios en un blog.

    Responder
  12. balhisay

    Hola Emilio, tanto tú como yo, como cualquier otra persona que comente en este blog, perseguimos un objetivo, en otro caso no invertiríamos el tiempo en ello. Probablemente cada uno tiene el suyo propio y cada uno vamos evaluando si lo conseguimos o no.

    Lo dices muy bien, todos enseñamos y todos aprendemos, así como todos evaluamos y todos somos evaluados. Y aún más importante, todos evaluamos nuestras propias acciones.

    No creo en el acto que no persigue un objetivo, así como también es evidente que a menudo terminamos topándonos con un resultado distinto al esperado. Pero seguro que en esa circunstancia también evaluamos si ese resultado nos satisface como resultado de nuestro esfuerzo.

    Lo de «la realidad se evalúa continuamente a si misma en tiempo real» es una figura poética muy hermosa pero no creo que muy útil para justificar ninguna postura en tanto que la realidad no tiene ningún valor más allá de la interpretación que cada uno hacemos de ella. Claro que yo soy de cortas entendederas y probablemente ‘me viene grande el proyecto’.

    Yo si tengo claro que es cumplir satisfactoriamente con el trabajo de enseñar, o al menos se lo que no es cumplir satisfactoriamente con ese trabajo. Y seguro que tu también lo tienes, en caso contrario tu frase «ahora me doy cuenta de que el mejor profesor que he tenido fue uno de Latín» no tendría mucha justificación. Otra cuestión es cómo es esa evaluación que ese gran profesor no hubiera pasado.

    Ahora bien, yo me pregunto, si eliminamos la evaluación en el caso de la docencia universitario (hemos convenido que el argumento es válido tanto para el profesorado como para el alumnado), ¿cómo acreditamos? ¿A quién le damos el título de médico? ¿A quién le reconocemos la capacidad para educar a nuestros hijos? Aún mas, ¿como podríamos decidir si alguien está preparado para ostentar una catedra? ¿…o simplemente para ocupar un plaza de investigador/docente en la Universidad?

    Responder
  13. balhisay

    Por cierto, ya leí en su día (en inglés y con mis grandes carencias) la obra de Siemens. Agradezco enormemente el trabajo de traducción que habéis realizado. Un abrazo.

    Responder
  14. Emilio Quintana

    Bueno, igual nos vamos entendiendo en algunas cosas. Actuamos aquí comentando porque nadie nos ha dicho que lo hagamos ni nos evalúa por hacerlo.

    Yo me refiero siempre a la evaluación externa. En cuanto a la interna, ¿por qué llamarla «evaluación», creando la falsa idea de que existe un criterio objetivo de métrica? Es más simple: cuando los seres humanos pensamos y actuamos libremente, sopesamos nuestras acciones de acuerdo con criterios personales, las meditamos y las enjuiciamos. Siempre lo hemos hecho y lo seguiremos haciendo cuando desparezca la casta de los evaluadores.

    Usar el término «evaluación» lleva a confusión porque está sometido a definiciones diferentes. Lo normal es que se asocie a criterios objetivos. Un término que confunde es mejor desecharlo, no sirve.

    Hay criterios epistemológicos de base diferentes en nuestras posturas, eso está claro. Para mí el tema no es que «la realidad no tiene ningún valor más allá de la interpretación que cada uno hacemos de ella», sino que la realidad es eso, sea lo que sea. Yo me centro en lo que es la realidad, tú más bien en la forma en que se construye la realidad, algo que me parece irrelevante en términos operativos.

    Es curioso que te preocupes por la desaparición de la evaluación. Si han surgido grupos como el de Granada es por todo lo contrario, porque cada vez avanza más el punto de vista que considera que todo debe ser evaluado, creando una sociedad cada vez más paranoica.

    Lo del libro de Siemens es porque es muy conocido, así podemos tener una referencia común para entendernos. Y eso que Siemens no renuncia a la evaluación en la parte de implementación del conectivismo. Ha sido un trabajazo, no lo sabes tú bien. Ojú.

    De la evaluación pasas a la acreditación. Por fin. Ese es el tema. Se trata de acreditar, acabáramos. Bien, vale, pero para ese viaje no hacían falta tantas alforjas. Repartir papelitos está bien, a la gente le gusta, y crea una sensación artificial de control.

    ¿A quién acreditamos? ¿Y qué importa eso? Lo importante es que la acreditación aspira al monopolio. A mí me da igual la forma en que se acredite, solo quiero que no se me prohiba elegir opciones no acreditadas pero que considero mejores. La acreditación solo importa cuando existe en régimen de monopolio. Si no, la gente sopesa y acredita por sí misma. Pongámonos poéticos, como te gusta: «la realidad se acredita continuamente a sí misma en tiempo real».

    Un abrazo, como el de los boxeadores agotados.

    Responder
  15. balhisay

    Hola Emilio, seguramente el problema está en los términos, porque terminamos convirtiéndolos en objetos polisémicos que al final conducen a cada loco andemos hablando de algo distinto.

    Yo no soy el que esté más preocupado por este sistema de castas en el que vivimos, y tras leer las posturas de mis paisanos y la tuya creo que el único punto en común es el ‘no’ a la evaluación, pero seguramente tu ‘no’ persigue otros fines muy distintos que el de esta grupo. De hecho deben estar tirándose de las greñas si leen tu ‘¿A quien acreditamos? ¿Y qué importa eso?’, básicamente porque si hay una institución que se ha arrogado el papel de la acreditación es la Universidad.

    Seguro que tenemos más puntos de acuerdo que de discordia pero se expresan mejor con unas cervezas de por medio. No obstante gracias por compartir, conversar y sembrar en mí la duda sobre algunas cuestiones que consideraba certezas.

    Un abrazo.

    Responder
  16. José L. Castillo

    A mí me aporta bastantes dudas esta conversación en particular y la cuestión de la evaluación en general. Y eso está bien. Cuantas más dudas generemos, mejor. Y ese es el objetivo de mis comentarios. Regalar dudas a quienes me las ha regalado a mí y con ello me han hecho crecer.

    ¿Hay una cierta ilusión de automatismo respecto al aprendizaje? Quiero decir… ¿Puede suceder el aprendizaje sin evaluación? Ojo, que antes no se matizó y se dijo evaluación externa, ¿eh? Eso lo acabo de leer hace poco, más avanzada la discusión.

    ¿Se puede propugnar un aprendizaje social y erradicar a la vez la evaluación social? O sea… ¿No sería empobrecedor leer un post como este, no comentarlo y sólo quedarme con lo leído para mí? ¿No enriquece más al post los comentarios, que en el fondo son una evaluación mutua de las respectivas posturas? Yo creo que sí…

    Desnudando la evaluación de consideraciones complejas, y a riesgo de ser simplista (o incurriendo en él), evaluar es retroalimentar con opinión sobre la información recibida; o sea conversar con la intervención del otro y la propia como protagonistas de la conversación. Si no hay evaluación… ¿puede haber conversación? Quiero decir. Un libro no me permite evaluarlo en el mismo sentido que un post. No me permite hablar con él y darle retroalimentación. Por eso nos gusta lo 2.0, porque nos permite retroalimentar (y retroalimentarnos).

    Mi experiencia de aula difiere mucho de lo que aquí leo. Cuando la evaluación está equilibrada entre lo interno y lo externo, cuando forma parte de lo cotidiano, cuando es una manera de caminar con otros… No descubro nada de lo que aquí comentas, Emilio.

    Sí cuando sólo se habla de evaluación externa excluyendo la interna.

    Por cierto. Discrepo profundamente de «No todo es evaluable». Si hubieras dicho «No todo es evaluable externamente» estaría de acuerdo por completo. Pero tal y como está formulado, no lo veo así. Para nada. Yo sí sé qué es «cumplir satisfactoriamente con su trabajo, que es el de enseñar». Otra cosa es que lo pueda contarlo o que yo pueda medir a alguien. Lo que sí puedo es acompañar a alguien en el camino del descubrimiento de los indicadores que usará para dar cada vez más peso a la evaluación interna. Y, por tanto, en el camino de descubrir qué indicadores hacen coincidir la evaluación interna y la externa.

    Creo que en esa coincidencia, en ese camino de aprendizaje, es donde está el campo potencial de acuerdo. Entre la postura que representas, Emilio, y la que creo que David y yo sostenemos.

    A no ser que también se niegue que la autoevaluación es algo procedente. En ese caso estaríamos negando la función principal del neocórtex, el mayor invento evolutivo del ser humano después del pulgar. Y ahí sí que discreparíamos casi sin remedio.

    ¡Un saludo!

    Responder
  17. Emilio Quintana

    A mí todo esto cada vez me deja más clara la «impostura de la evaluación» como forma de coacción sustitutiva. Digamos que me decanto por lo no marcado, por lo único, por lo no determinado, por lo no comparable.

    El evaluador nunca tendrá el saber de nadie, porque su objetivo -obtener el consentimiento para apropiarse de objetos que somete a comparación y contabilidad- no es más que una herramienta de seducción voluntarista, un algoritmo inaprensible porque forma parte del sujeto.

    Ese es el fondo del debate; lo demás son discusiones bizantinas que pretenden hacer pasar una superchería por «ciencia» o algo similar.

    Yo creo que las posturas han quedado claras. Vamos a por un kitkat.

    Responder
  18. Pingback: Más sobre evaluación « carbonilla

  19. Emilio Quintana

    Ejemplo práctico de la importancia de la evaluación: «Gana una oposición ‘a voleo’ pese a ser analfabeto… y ni aun así logra la plaza»: «Había una ‘C’, una ‘A’, una ‘E’, una ‘D’… Fui marcándolas con una ‘X’ y respondiendo a voleo».

    No me parece una anécdota. Exactamente así funciona Moodle, y cuando me he visto forzado a hacer un curso en Moodle he contestado «a voleo»; siempre he sacado porcentajes altos. Lo mismo digo de los concursos de oposiciones.

    Evaluar es degradar, mediocrizar, falsear.

    Responder
  20. José L. Castillo

    ¿No íbamos por un kit kat? ¿O seguimos? A mí me encantaría seguir, la verdad. Porque esa evaluación que cuentas a mí no me gusta, pero no has dicho nada de la que sí me gusta, que es formativa, participativa, orientadora, integrada en el aprendizaje, social…?

    No sé… ¿Qué hacemos?

    Responder
  21. Pingback: Uno « La lengua gorda

  22. amelieoger

    No sé cómo debe llamarse si evaluación, interna, externa…
    Sé que en la nueva LOMCE y Reales decretos posteriores que tratan de presentarnos currículos de primaria y secundaria, la evaluación es un tema fundamental pero no logro saber cómo llevar a la práctica eso que han escrito. Criterios de evaluación, criterios de aprendizaje evaluables, rúbricas, concreción de logros, criterios de calificación…evaluación de procesos, programaciones por competencias, objetivos, temas transversales…
    ¿De verdad alguien puede explicarme algo de forma clara?
    Quiero hacer una programación teniendo en cuenta todo eso y no hay manera pese a haber leído algunos folios al respecto de los llamados expertos.
    A mi me parece que los aprendientes, que somos todos, queremos tener una mirada externa y experta que nos ayude a mejorar pero el verdadero problema es cómo hacer eso para que sea útil..

    En la escuela, la objetividad es muy difícil y sin embargo necesaria, la facilidad para el maestro también es deseable pero yo veo demasiadas palabras y poca eficacia real. Sí veo una mirada hacia los colegios estadounidenses y su control en esta nueva ley.

    Es un tema que realmente me preocupa y que nos debería ocupar para aportar posibles soluciones.

    Gracias por compartir lo que pensáis.

    Responder

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *