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Writing on the Wall. Social Media. The First 2,000 Years (2013) o lo digital como vuelta a la tradición

Uno de los libros más interesantes que se han publicado últimamente es Writing on the Wall. Social Media. The First 2,000 Years (Bloomsbury, 2013), de Tom Standage, autor que nunca defrauda, así como de uno de esos blogs imprescindibles que hay que seguir.

Lo cita Manuel Arias Maldonado en sus reflexiones sobre la «retrovanguardia digital»:

En un libro de reciente aparición, el británico Tom Standage, agudo observador de los paralelismos entre nuestra revolución digital y sus prefiguraciones victorianas, sostiene que la erupción de las redes sociales no constituye sino la prolongación natural de una constante histórica: a saber, una polifonía social sólo interrumpida durante la era de la comunicación de masas.

Y es que nuestros antepasados intercambiaban cartas a diario con la misma –o casi– facilidad con la que nosotros intercambiamos correos electrónicos. Naturalmente, esa frecuencia nada dice sobre el interés de los contenidos: no es lo mismo una carta de Cicerón que una nota sobre el noviazgo de un primo hermano. ¡Pero también de primos hermanos está hecha la vida!

Si esta tesis es correcta, el florecimiento contemporáneo de las redes sociales es antes un renacimiento que un fenómeno de nuevo cuño: para más señas, un renacimiento impulsado por la formidable potencia comunicativa de las nuevas tecnologías de la información. Son éstas las que dan rienda suelta y publicidad a una pasión social que, como es sabido, no equivale necesariamente a una pasión cívica: queremos estar entretenidos, pero no comprometidos.

El resumen de Arias Maldonado es impecable. La desaparición de la cultura del consumo significa el fin de un paréntesis histórico, ya que lo tradicional a lo largo de los siglos ha sido la producción e intercambio de contenidos. El desarrollo tecnológico es una vuelta a la tradición histórica, tras un período de producción unilateral y consumismo pasivo.

En este sentido, el libro de Standage es importante, porque argumenta esta tesis con decenas de ejemplos históricos: desde la forma viral en que se diseminaban las cartas en los tiempos de Cicerón (copiadas, anotadas e intercambiadas de mano en mano) hasta los comentarios anónimos que se publicaban en los miles de periódicos que se crearon en el siglo XVIII (en una analogía exacta con el uso de los blogs en el siglo XXI), pasando por la forma en que la nueva tecnología de la imprenta convirtió un «post-it» que puso Lutero en la puerta de una iglesia alemana en un manifiesto que circuló en red por Europa dando lugar a la Reforma protestante.

Recomiendo leer la excelente reseña de Frank Rose en The New York Times (1 noviembre 2013): "Word Travels Fast". Y darle un repaso al facebook del libro porque está lleno de material de primera categoría.

Por mi parte, me gustaría llamar la atención sobre la importancia de este tipo de estudios en el marco de las Humanidades Digitales, ya que nos abren el campo para observar que no estamos ante un cambio de paradigma -lo anómalo ha sido la cultura del monopolio unidireccional basada en los derechos de autor y la restricción de producción y copia cultural-, sino ante la forma tradicional de producir y compartir la cultura a lo largo de la Historia. Las miles de cartas de Unamuno, por ejemplo, trazan una red de conexiones que nos iluminan sobre su obra, al mismo tiempo que nos hablan de la variedad de soportes en que las ideas fluyen, se comunican y se viralizan libremente.

Creo que estamos ante una «vuelta al orden» en el posdigitalismo, una vez superado el primer deslumbramiento. Morozov, Siemens, Standage, Fleischer… y tantos otros autores que vengo comentando en este blog están centrando el debate donde siempre debió estar, en la vuelta a una cultura «sharista», fragmentada, caótica y libre, que es la propia del ser humano y la que siempre ha estado detrás de todo renacimiento cultural.

No se pierdan esta brillante exposición:

El buen salvaje y el ciberutópico. Jimmy Wales se va a la selva a editar la Wikipedia

El mundo contiene la respiración a la espera de la respuesta de los ciberescépticos, comandados por Morozov. Jimmy Wales ha cumplido su palabra y se ha ido a la selva peruana a editar la Wikipedia en una escuela local, como si fuera un profesor de ELE.

Son los primeros avances de Web: The Film, la película que le han becado al joven Michael Kleiman:

Si lo que no está en Wikipedia no existe, la comunidad de Palestina, en Perú acaba de entrar en la Historia Posglobal.

Estamos ante la versión digital del rusonismo de siempre, patrocinado por una fundación libertariana, con mucha cosa de «storytelling» detrás, con banda sonora de música «new age». El mito del buen salvaje aplicado a internet, fuente redentora, por sí misma, de la Humanidad doliente.

Se va a liar. Todo esto va a desembocar en ríos de tinta polémica. Mientras tanto, Negroponte y los suyos, siguen tirando portátiles en Etiopía desde el aire, en un proyecto aparentemente opuesto al de Wales: «Aprendizaje espontáneo. De iPads y niños etíopes».

Si es que van provocando.

Rousseau con un MacBook. En The New Republic se enfadan con los niñatos que quieren hackear la educación

nv7kh2oX3d2uzyx1g2TVlp7K_500La ola de ciberrealismo se está convirtiendo en un tsunami, gracias sobre todo al fuego graneado que procede de las páginas de The New Republic.

El otro día en el facebook de Nodos Ele puse el enlace a un artículo de su literary editor, Leon Wieseltier, que es toda una declaración de principios: «Education is the Work of Teachers, not Hackers» («La educación es cosa de profesores, no de hackers»)

El texto es básicamente una respuesta a todo el montaje en torno al «boy-genius» («niñato» podría ser una buena traducción) Dale J. Stephens, que está becado por el creador de Pay Pal, Peter Thiel, para hackear la educación mediante la creación de iniciativas como UnCollege.

Sobre el asunto de Thiel, Stephens y UnCollege escribí un post en septiembre de 2012, al que me remito.

En The New Republic están que trinan. Wieseltier es hijo de profesores y está realmente enfadado con estos niñatos que quieren «hackear» la escuela.

El actual interés por el homeschooling — la idea demencial de que los niños pueden ser completamente educados por personas [los padres] que no tienen otra cualificación para enseñar que la que se deriva del cariño y del deseo de aislarlos del mundo constituye un nuevo insulto a la labor que desarrollan los profesores,

El alegato de Wieseltier adquiere a veces los tintes épicos del panfleto más afilado, aunque sin llegar a la maestría de un Morozov. Esto no hay manera de traducirlo:

His deeply unfortunate book is called Hacking Your Education: Ditch the Lectures, Save Tens of Thousands, and Learn More Than Your Peers Ever Will. It is a call for young people to reject college and become “self-directed learners.”

One wonders about the preparedness of this untutored “self” for this unknown “direction.” Such pristinity! Rousseau with a MacBook! Yet the “hackademic,” as Stephens calls his ideal, is a new sort of drop-out. His head is not in the clouds. His head is in the cloud. Instead of spending money on college, he is making money on apps.

In place of an education, he has entrepreneurship.

Esta frase final es la definitiva. Un golpe bajo, de los que buscan el hígado. Acabáramos. Lo que estaría detrás de tanta educative innoveision no sería más que un «economicist approach to the understanding of education». Vale. Nada que no supiéramos. Nada malo en sí mismo.

En todo caso, el argumento más sólido de Wieseltier, desde mi punto de vista, se refiere a la confusión entre educación e información. Dejar a un chico delante de internet para que se autoeduque es confundir la educación con la alimentación de los pavos. En definitiva, que en la red se pueden hacer muchas cosas. Pero educar no es una de ellas.

En el fondo, estamos ante una defensa apasionada de la escuela humanista, del esfuerzo por estudiar cosas tan aparentemente inútiles (desde el punto de vista economicista) como la Eneida de Virgilio o las obras de Shakespeare. La educación es eso, lo que no tiene relación con lo aplicable de forma práctica. En los márgenes de lo inútil es donde se encuentra la realidad del ser humano. Y eso es lo que de verdad importa.

Cuando ya nos estábamos aburriendo de tanta chorrada y tanto guru vendedor de enciclopedias, se agradece la aparición de toda esta corriente crítica, llena de inteligencia y sarcasmo, de buenas razones y de elevados ideales.

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Actualización: Por cierto, acaba de salir el número de febrero de The New Republic, con uno de los duelos más esperados de la temporada, Morozov v. Johnson. Estaremos atentos:

Automate This (2012), de Christopher Steiner. Morozov entre la tiranía de los algoritmos y la libertad de elegir

Morozov strikes again. Como es sabido, tengo debilidad por la posición escéptica sobre el posdigitalismo del bielorruso Evgeny Morozov.

He escrito bastante sobre su obra, y pienso seguir haciéndolo, ya que me parece una de las mentes más lúcidas que existen hoy en día sobre estos temas.

Hace una semana publicó una reseña en el WSJ sobre el libro de moda: Automate This: How Algorithms Came to Rule Our World, de Christopher Steiner (Portfolio, 2012), una obra muy entretenida que hace un recorrido por la evolución de los algoritmos, desde la Antigüedad (aparecen en Mesopotamia 2.500 años antes de Cristo, para racionalizar la distribución del grano) hasta un presente en el que ejercen, según el autor, una absoluta tiranía sobre nuestras vidas diarias.

Los algoritmos no sólo están en la base de todas las redes sociales, sino que pueden componer mejores canciones que los Beatles, o saben cuánto durará una relación sentimental. En definitiva, dice Steiner: los algoritmos dirigen el mundo.

Ante este panorama, uno se experaría un texto apocalíptico de Morozov, en plan: «lo véis, ya os lo había dicho, nos controlan con las apps digitales, somos súbditos de Silicon Valley y del brazo incorrupto de Steve Jobs… Arrepentíos, pecadores…».

Pero no. Ahora que nos habíamos acostumbrado a su brillante argumentación a la contra, nos sale con un moderado pero firme canto a la libertad de elegir, que recomiendo leer tranquilamente (es corto):

The real question isn’t whether to live with algorithms—the Sumerians got that much right—but how to live with them. As Vonnegut understood over a half-century ago, an uncritical embrace of automation, for all the efficiency that it offers, is just a prelude to dystopia.

Los algoritmos han estado siempre con nosotros. No otra cosa es el «mínimo común denominador», que no me parece que sea sospechoso de querer implantar una dictadura planetaria. Se trata, por tanto, de elegir qué hacer (se puede, oiga): enseñar o esconder, hablar o callar, enfrentarse o convivir.