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A Jaron Lanier se le va la perola cada vez más

futureuscoverEl 15 de enero de 2010 escribí una reseña en Nodos Ele sobre un libro de Jaron Lanier titulado You are not a gadget (Random House, 2010). El post era este: «A Jaron Lanier se le va la olla».

Como se puede ver en los comentarios de aquella entrada, me pusieron de vuelta y media.

Pues bien, Lanier ha publicado un nuevo libro: Who Owns The Future? (Simon & Schuster, 2013). Y ya no es que se le vaya la olla, ya es que está fatal de lo suyo, pero fatal.

El libro ha sido abundantemente comentado en todas partes, de modo que no le veo sentido a hacerle una reseña, especialmente porque suscribo totalmente la crítica de Jerry Brito en la revista Reason, que, por supuesto, recomiendo encarecidamente: «Jaron Lanier´s Strange Fantasy».

Mi admirado E. Morozov es autor de otra reseña en el Washington Post, menos sustanciosa, pero que también comparto.

La tesis fundamental del autor es que las redes sociales están destruyendo la clase media en todo el mundo. Vale. A partir de ahí, el libro es un puro disparate. Compara los 140.000 trabajadores que tenía Kodak en los buenos tiempos con los 13 que mantienen todo el sistema de Instagram. Que es como comparar el 90% de gente que trabajaba en la agricultura hasta hace poco con el 1% que lo hace ahora en los países desarrollados.

Eso sí, coherencia consigo mismo no le falta. Sigue en su lucha contra el anonimato y la gratuidad, proponiendo algo así como un Gran Hermano centralizado que nos tenga siempre visibles para darnos dinero cada vez que hacemos un retweet o modificamos la Wikipedia. Esta vía «lanieriana» para salvar a la clase media mediante la creación de una especie de Panóptico Centralizado Pavloviano de Micropagos es digna de un Jeremy Bentham jugando con una tragaperras en el Gabinete del Doctor Caligari.

No creo que merezca la pena extenderse. El artículo de Brito en la revista Reason, al que me he referido antes, me exhime de añadir nada más. Me pregunto cuántos defensores le quedan a Lanier después de estos tres años. Supongo que muchos, ya que estos personajes estrambóticos tienen mucho tirón.

Ahí tienen los comentarios para ponerme a caldo.

En elogio de Peter Sunde, al hilo de la película sobre The Pirate Bay (Klose, 2013)

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El otro día publiqué en Caos Ordenado Relativo una nota sobre el estreno en el Festival de Cine de Berlín de TPB AFK: The Pirate Bay Away From Keyboard, la película sobre el juicio de Estocolmo a los tres miembros del sitio de descargas sueco The Pirate Bay.

En este momento, que yo sepa, Gottfrid Svartholm Warg [el hacker libertario] lleva dos meses en una cárcel sueca, después de ser detenido en Camboya. Fredrik Neij [el «todo por la diversión» apolítico] sigue en Laos con su mujer y su hijo. Y Peter Sunde [el teórico idealista] hace vida normal cerca de Malmö (sur de Suecia), a la espera de que cualquier día lo metan en la cárcel.

Peter Sunde Kolmisoppi (Uddevalla, 1978) es el personaje más interesante de los tres. Hace poco recibió dos cartas en su casa: una era de la policía, comunicándole que cumpliría condena en la cárcel de Västervik Norra; la otra era del ex-primer ministro Carl Bildt, que le daba las gracias por su lucha en favor de la transparencia y la democracia en internet.

En estas dos cartas se cifra la paradoja de nuestro tiempo.

The Pirate Bay ha cambiado radicalmente nuestra forma de entender la cultura en la época digital. La diferencia entre los «piratas» suecos y los primeros servicios de intercambio de archivos de principios del siglo XXI (tipo Napster) radica en la coherencia teórica de su pensamiento. Y eso se le debe a Sunde, que fue el que puso el debate sobre el carácter libre y abierto de la red sobre la mesa.

Los que han venido después, más preparados, como Rasmus Fleischer, siguen su estela. Spotify no habría sido posible sin la respuesta de Sunde ante los ataques. Niklas Zennström no habría sido condecorado recientemente por el Rey de Suecia. Ni el primer ministro sueco Reinfeldt habría tenido que rectificar públicamente: «No podemos perseguir a toda una generación de jóvenes».

Aquí se puede ver completa la película del juicio: TPB AFK: The Pirate Bay Away From Keyboard, con subtítulos en inglés.

Un documento histórico, en serio:

Rousseau con un MacBook. En The New Republic se enfadan con los niñatos que quieren hackear la educación

nv7kh2oX3d2uzyx1g2TVlp7K_500La ola de ciberrealismo se está convirtiendo en un tsunami, gracias sobre todo al fuego graneado que procede de las páginas de The New Republic.

El otro día en el facebook de Nodos Ele puse el enlace a un artículo de su literary editor, Leon Wieseltier, que es toda una declaración de principios: «Education is the Work of Teachers, not Hackers» («La educación es cosa de profesores, no de hackers»)

El texto es básicamente una respuesta a todo el montaje en torno al «boy-genius» («niñato» podría ser una buena traducción) Dale J. Stephens, que está becado por el creador de Pay Pal, Peter Thiel, para hackear la educación mediante la creación de iniciativas como UnCollege.

Sobre el asunto de Thiel, Stephens y UnCollege escribí un post en septiembre de 2012, al que me remito.

En The New Republic están que trinan. Wieseltier es hijo de profesores y está realmente enfadado con estos niñatos que quieren «hackear» la escuela.

El actual interés por el homeschooling — la idea demencial de que los niños pueden ser completamente educados por personas [los padres] que no tienen otra cualificación para enseñar que la que se deriva del cariño y del deseo de aislarlos del mundo constituye un nuevo insulto a la labor que desarrollan los profesores,

El alegato de Wieseltier adquiere a veces los tintes épicos del panfleto más afilado, aunque sin llegar a la maestría de un Morozov. Esto no hay manera de traducirlo:

His deeply unfortunate book is called Hacking Your Education: Ditch the Lectures, Save Tens of Thousands, and Learn More Than Your Peers Ever Will. It is a call for young people to reject college and become “self-directed learners.”

One wonders about the preparedness of this untutored “self” for this unknown “direction.” Such pristinity! Rousseau with a MacBook! Yet the “hackademic,” as Stephens calls his ideal, is a new sort of drop-out. His head is not in the clouds. His head is in the cloud. Instead of spending money on college, he is making money on apps.

In place of an education, he has entrepreneurship.

Esta frase final es la definitiva. Un golpe bajo, de los que buscan el hígado. Acabáramos. Lo que estaría detrás de tanta educative innoveision no sería más que un «economicist approach to the understanding of education». Vale. Nada que no supiéramos. Nada malo en sí mismo.

En todo caso, el argumento más sólido de Wieseltier, desde mi punto de vista, se refiere a la confusión entre educación e información. Dejar a un chico delante de internet para que se autoeduque es confundir la educación con la alimentación de los pavos. En definitiva, que en la red se pueden hacer muchas cosas. Pero educar no es una de ellas.

En el fondo, estamos ante una defensa apasionada de la escuela humanista, del esfuerzo por estudiar cosas tan aparentemente inútiles (desde el punto de vista economicista) como la Eneida de Virgilio o las obras de Shakespeare. La educación es eso, lo que no tiene relación con lo aplicable de forma práctica. En los márgenes de lo inútil es donde se encuentra la realidad del ser humano. Y eso es lo que de verdad importa.

Cuando ya nos estábamos aburriendo de tanta chorrada y tanto guru vendedor de enciclopedias, se agradece la aparición de toda esta corriente crítica, llena de inteligencia y sarcasmo, de buenas razones y de elevados ideales.

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Actualización: Por cierto, acaba de salir el número de febrero de The New Republic, con uno de los duelos más esperados de la temporada, Morozov v. Johnson. Estaremos atentos:

Liquid Surveillance (2012). Bauman contra los zombies reloaded

Es uno de los libros más esperados del año.

Después de las ocurrencias de Jaron Lanier (que tanto le gustan a Ismael Peña-Lopez) y las brillantes jeremiadas de Evgeny Morozov (el más inteligente entre los apocalípticos), aquí llega por fin el líquido entre los líquidos, el inmarcesible Zygmunt Bauman, que ni es friki ni muy brillante, pero que se ha creado una marca propia (que le deseo que disfrute con salud) que le proporciona una desahogada «liquidez».

Su nueva reflexión acuática sale a finales de octubre, pero ya se ha comentado hasta la saciedad en internet: Liquid Surveillance (Polity Books, 2012). Se trata de un libro de conversaciones con David Lyon (formato atractivo) en torno a lo malísimo que es el posdigitalismo, que califica de KGB del siglo XXI.

El discurso de Bauman es similar al de Morozov, pero menos inteligente, a mi entender, más universitario, es decir, más plomizo, plomazo y plúmbeo. Que si la red digital está creando la «dictadura perfecta», que si todos nos controlamos a todos mediante las redes sociales, de modo que el poder ya no necesita vigilarte, que ya les hacemos el trabajo nosotros; es decir, lo de siempre.

La marca de la casa es que todo esto ahora se tiene que llamar «líquido»: «control líquido», «supervisión líquida», «pamplina líquida». No hay nada como encontrar una etiqueta y empezar a producir libros como churros. Es obvio que nos movemos hacia sociedades distribuidas, no centralizadas. Si a eso lo quiere llamar Bauman peyorativamente «líquido» (que no hacía ninguna falta meter otra palabra), pues bendita liquidez.

Es obvio que todo cambio tiene riesgos. Nadie piensa que la libertad no conlleva riesgos a los que hay que enfrentarse. Pero plantarle cara a los riesgos no significa clamar por la vuelta de una sociedad planificada desde arriba, sólida como una roca que te rompe la crisma, en vez de líquida, como una piscina en la que te intentas mover con la mayor libertad posible. De lo que le he escuchado a Bauman sobre este nuevo libro, lo más destacable me parece:

  • La afirmación de que el poder se está desplazando desde la represión al placer, de lo «hard» a lo «soft», es decir, la idea (nada nueva, absolutamente rutinaria) de que es más fácil controlar ofreciendo mantequilla en vez de cañones. Lo que no entiendo es qué hay de malo en ofrecer mantequilla en vez de cañones. Debemos defendernos de los cantos de sirena del poder que quiere vigilarnos y controlarnos, pero más libertad me parece mejor que más control.
  • La idea de ban-opticon, es decir, de «muerte social». Otro tópico manido al que le sigue dando vueltas. Que si no estás en Twitter no eres nadie, etc. Da un poco de pereza discutir estas cosas, que no pasan de ocurrencias sin mayor calado.
  • La idea de synopticon, es decir, de que el poder ya no necesita manifestarse como tal, porque los ciudadanos nos controlamos los unos a los otros. Comparar una sociedad peer-to-peer con una sociedad totalitaria me parece otra idea poco elaborada, por decirlo de un modo suave. Claro que la libertad hay que defenderla todos los días. Siempre ha sido así. Y siempre será así.

Mi impresión es que el pensamiento de Bauman es muy pobre (Lanier tiene la gracia del frikismo, Morozov es muy inteligente). Se basa en juegos de palabras, supuestas críticas de lo obvio («miren ustedes, el cielo es azul, qué escándalo, queremos un cielo amarillo, hay una conjura de los azules»), etc.

Que la posdigitalidad tiene sus riesgos es una idea de perogrullo. El motivo radica en que la vida tiene sus riesgos. Vivir, mata. Ya lo sabemos. ¿Y?

La labor de gente como Bauman es positiva porque llama la atención sobre los problemas, es decir, nos ayuda a romper la inercia de los papanatas digitales. Bauman hace muy bien de Casandra. Sí, hace falta alertar de los peligros de la realidad aumentada o del wearable computing. Pero una cosa es esa y otra naufragar en un discurso sobre supuestos proyectos de convertirnos en zombies programados mediante algoritmos. Algo sobre lo que hablaba el otro día aquí mismo a raíz de Automate This.

No se invente películas, Mr. Bauman:

Automate This (2012), de Christopher Steiner. Morozov entre la tiranía de los algoritmos y la libertad de elegir

Morozov strikes again. Como es sabido, tengo debilidad por la posición escéptica sobre el posdigitalismo del bielorruso Evgeny Morozov.

He escrito bastante sobre su obra, y pienso seguir haciéndolo, ya que me parece una de las mentes más lúcidas que existen hoy en día sobre estos temas.

Hace una semana publicó una reseña en el WSJ sobre el libro de moda: Automate This: How Algorithms Came to Rule Our World, de Christopher Steiner (Portfolio, 2012), una obra muy entretenida que hace un recorrido por la evolución de los algoritmos, desde la Antigüedad (aparecen en Mesopotamia 2.500 años antes de Cristo, para racionalizar la distribución del grano) hasta un presente en el que ejercen, según el autor, una absoluta tiranía sobre nuestras vidas diarias.

Los algoritmos no sólo están en la base de todas las redes sociales, sino que pueden componer mejores canciones que los Beatles, o saben cuánto durará una relación sentimental. En definitiva, dice Steiner: los algoritmos dirigen el mundo.

Ante este panorama, uno se experaría un texto apocalíptico de Morozov, en plan: «lo véis, ya os lo había dicho, nos controlan con las apps digitales, somos súbditos de Silicon Valley y del brazo incorrupto de Steve Jobs… Arrepentíos, pecadores…».

Pero no. Ahora que nos habíamos acostumbrado a su brillante argumentación a la contra, nos sale con un moderado pero firme canto a la libertad de elegir, que recomiendo leer tranquilamente (es corto):

The real question isn’t whether to live with algorithms—the Sumerians got that much right—but how to live with them. As Vonnegut understood over a half-century ago, an uncritical embrace of automation, for all the efficiency that it offers, is just a prelude to dystopia.

Los algoritmos han estado siempre con nosotros. No otra cosa es el «mínimo común denominador», que no me parece que sea sospechoso de querer implantar una dictadura planetaria. Se trata, por tanto, de elegir qué hacer (se puede, oiga): enseñar o esconder, hablar o callar, enfrentarse o convivir.

Morozov contra el mundo. Un reportaje imprescindible sobre el utopismo en la red

El otro día estuve hablando por aquí -y sobre todo en Caos Ordenado Relativo– de un panfleto contra Steve Jobs del bielorruso Evgeny Morozov, que salió como artículo en EEUU y se ha publicado como libro en Italia.

Morozov es uno de los críticos más agudos de lo que llama «utopías tecnológicas», es decir, de la euforia desmedida que está provocando el desarrollo de la red en todos los ámbitos del ser humano, desde la política a la educación.

El programa «Backlight» de la televisión holandesa Vpro le ha dedicado a Morozov un reportaje, que me parece muy original e interesante. El autor aparece en el centro de un panóptico de imágenes y declaraciones sobre internet, que somete a una crítica implacable, una por una.

Son 50 minutos que nadie que esté interesado en estos temas debe perderse, se esté o no de acuerdo (lo importante es la enorme cantidad de reflexiones que nos suscita). Imprescindible:

Morozov contra Steve Jobs. Un magnífico panfleto delirante

Tengo la impresión de que en España se conoce poco a Evgeni Morozov (Bielorrusia, 1984). No me suena que se haya traducido The Net Delusion: The Dark Side of Internet Freedom, y pocas veces lo he visto citado en los medios, a pesar de su visibilidad en la prensa (anglo)sajona.

Morozov es un cafre inteligente, uno de esos tipos que conoce bien las dictaduras (como la que aún se mantiene en su país de origen), y que, por tanto, sabe que cualquier cosa puede usarse con fines totalitarios. De hecho, su interés fundamental se centra en el uso totalitario que se contiene en las nuevas tecnologías.

El año pasado irrumpió como elefante en cacharrería, denunciando, con una agudeza e inteligencia notables, «los engaños de la red», que fue como tradujo el título de su libro Luis M. Alonso, en un magnífico artículo que se publicó en La Nueva España, y que es lo único de interés que conozco sobre Morozov en nuestro idioma.

No voy a hacer un recorrido por las polémicas que Morozov ha ido levantando en estos meses. Pero me gustaría llamar la atención sobre un ensayo larguísimo y delirantemente estimulante (de hecho, en Italia se acaba de publicar como libro exento) que salió a mediados de marzo en The New Republic: «Form and Fortune. Steve Jobs’s pursuit of perfection—and the consequences», y que es un ataque furibundo contra la filosofía de Steve Jobs y la «religión de las apps».

A mí el ensayo me parece un alegato socialistoide al estilo de otro conocido «pensador» poscomunista (Zlavoj Žižek). Antes o después, el mundo se cansará de Morozov, como lo ha hecho de Žižek, que se ha convertido en una caricatura de sí mismo; pero mientras tanto el furibundo ataque del bielorruso a la «falsa religión» del intocable iGod no puede pasar desapercibida. Como una abeja especialmente punzante que se esfuerza en agujerear la piel de un buey (al que le bastará un movimiento de la cola para tumbarla).

No voy a hacer una crítica del ensayo, simplemente voy a dejar aquí algunas citas reveladoras del mismo, para dar una idea del interesantísimo disparate, que recomiendo encarecidamente.

  • El «platonismo industrial» de Jobs. Forma y esencia se confunden en conceptos como «perfección» y «pureza»:
  • Neither Jobs nor Ive tells us exactly what he means by “pure,” […] It appears that “pure” products exhibit a perfect correspondence between their form and what both Jobs and Ive refer to as their “essence.” […] It is a kind of industrial Platonism. […] Pure products are born, not made; any visible signs of human assembly—say, screws—would make it hard to believe in the higher integrity, the perfection, of the product.

  • El reino de Jobs no es de este mundo:
  • The idea that the form of a product should correspond to its essence does not simply mean that products should be designed with their intended use in mind […] No matter how trivial the object, there is nothing trivial about the pursuit of perfection. On closer analysis, the testimonies of both Jobs and Ive suggest that they did see essences existing independently of the designer—a position that is hard for a modern secular mind to accept, because it is, if not religious, then, as I say, startlingly Platonic.

  • La falsa revolución de Apple:
  • Apple’s most incredible trick, accomplished by marketing as much as by philosophy, is to allow its customers to feel as if they are personally making history—that they are a sort of spiritual-historical elite, even if there are many millions of them.

  • La tecnología Apple y el mito de la caverna de Platón. Una metafísica de la modernidad totalitaria:
  • Jobs’s most impressive achievement was to persuade the shackled masses that they could see the Platonic forms without ever leaving their caves. Marketing—with its shallowness and its insidious manipulation of the consumer—would normally be relegated to the inferior realm of appearances, but it took on a different function in Jobs’s business metaphysics: it played the gospel-like role of showing us the way to the true, natural, and pure products that have not yet been spoiled by the suffocating and tasteless ethos of faceless corporations such as IBM and Microsoft.

  • La dictadura de las aplicaciones:
  • Apple’s embrace of the “app paradigm”—whereby activities that have been previously conducted on our browsers shift to dedicated software applications on our phones and tablets—may be destroying the Internet in much the same way that the automobile destroyed the sidewalks and the playgrounds […] The total and exclusive focus on the tool at the expense of its ecosystem, the appeal to the zeitgeist that downplays the producer’s own role in shaping it (“whatever happens is … ”; “feeling the direction”), the invocation of the idea that technology is autonomous (“these things take on a life of their own”)—these are all elements of a worldview that Lewis Mumford, in criticizing the small-mindedness of those who were promoting car-only travel in the 1950s, dubbed “the bankruptcy of social imagination.”

    También en Caos Ordenado Relativo

    Popvox y la e-democracia

    El otro día estuve votando en las elecciones suecas que terminan el 19 de septiembre. Me llamó la atención la papeleta de un partido político que no conocía y que se llama PopVox. Estuve indagando un poco. Popvox es un partido que sólo se presenta en las municipales de Estocolmo y que aboga por la Democracia 2.0 o e-democracia. Afirman:

    Vivimos en un mundo digital que está cambiando la forma en que nos comunicamos. Necesitamos más transparencia, más fiabilidad, una mejor visión y más posibilidades de participación.

    PopVox quiere entrar en el Ayuntamiento de Estocolmo. Es un partido neutral que aspira a desarrollar la democracia digital (e-democracia).

    Proponen una especie de democracia directa a través de internet en la que las propuestas del Ayuntamiento sean votadas por los ciudadanos en la red. Se ofrecen como una correa de transmisión neutral, de modo que lo que voten los ciudadanos en internet será lo que ellos votarán en el Ayuntamiento. A esto lo llaman «Democracia 2.0. Más poder para los ciudadanos».

    Ya hemos hablado antes del PiratPartiet, aunque no está claro que supere el 4% necesario para entrar en el Riksdagen. No creo que PopVox pase de una curiosidad significativa, pero el debate político sueco es más rico y pegado a la realidad que el de otros países europeos, especialmente los del sur.

    Otra brecha educativa: la realidad y los expertos

    Acaba de publicarse el informe Languages in Education (pdf) que coordina el «think tank» CCN Foresight, con base en la University of Jyväskylä, en Finlandia -bajo los auspicios del Programa «Lifelong Learning» de la Comisión Europea.

    En sólo 14 páginas, los «expertos» europeos pretenden abarcar los cambios que están por venir en la enseñanza de lenguas en Europa durante la década 2010-2020. En mi opinión, este informe es más de lo mismo y en muchos momentos da vergüenza ajena, por su contenido y por su forma (esas fotos de bebés de ojos azules que salen de debajo de una manta o esos profesores de catálogo tocando con el dedo una pantalla táctil).

    Hay una obsesión enfermiza por medirlo todo, por certificarlo todo -el fracaso del portfolio y de herramientas similares no parece que les haya afectado en nada. Los lugares comunes se suceden unos a otros, como ya pude ver en julio de 2009 en Barcelona, en un encuentro sobre competencias digitales que fue muy interesante pero en el que el representante de la burocracia europea sólo pensaba en reglamentar, estandarizar y controlar. Siguen igual, no se enteran de nada, viven en una burbuja de planificación estéril.

    En el informe se considera el e-learning un instrumento para el desarrollo de nuevas destrezas, pero se insiste en el tópico manido: el estudiante que le enseña al profesor cómo funciona Facebook, al tiempo que el profesor (retratado como un tontito incapaz de manejar un ratón) le enseña al alumno su «expertise»: lo que está bien y lo que está mal en el uso de la red. Me parece una visión patética del cambio sustancial al que estamos asistiendo: todos somos profesores y todos somos estudiantes, no hay nativos digitales sino competencia digital, etc.

    No me extiendo, el informe no tiene ni pies ni cabeza. Si lo traigo aquí es para llamar la atención sobre el creciente distanciamiento de la realidad de los supuestos expertos educativos de la Unión Europea. Triste.

    Competencias digitales para la sociedad red (I)

    Ismael Peña-López hablando de goverati

    La semana pasada estuve en Barcelona asistiendo al curso «Competencias digitales. Conocimiento, habilidades y actitudes para la sociedad red”. Si alguien quiere saber de qué se habló allí no tiene más que leer los impecables resúmenes de Ismael Peña-López en ICTology (bibliografía incluída) o seguir la etiqueta #compdigitales en Twitter. El encuentro se anunciaba así:


    La sociedad de la información comporta innumerables cambios a todos los niveles de nuestra realidad cotidiana: cómo accedemos e intercambiamos información, cómo trabajamos y establecemos relaciones de cooperación o cómo nos comunicamos y relacionamos con individuos e instituciones.

    Estos cambios tienen como consecuencia nuevas exigencias para los individuos: aprender, ser profesional o ser ciudadano en el siglo XXI requiere unas competencias cualitativamente diferentes de las que suponía una década atrás. La Sociedad de la Información exige nuevos conocimientos, nuevas habilidades y, especialmente, nuevas actitudes, que pueden agruparse bajo la denominación competencia digital.


    El tema de la «competencia digital» (digital literacy) supera el de la simple competencia tecnológica, y merece una amplia reflexión desde un punto de vista estratégico. Esto ya lo había dejado bien claro Ismael a través de un gráfico que parte de la «competencia digital» para llegar a una auténtica «e-awareness» o «conciencia estratégica digital»:


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    Tomé algunas notas sobre las intervenciones de los ponentes:

    • Ismael Peña-Lopez. Brillante como siempre, hizo una exposición de ejemplos muy daily me de un concepto que debería tener mayor calado: los «goverati» (foto arriba), es decir, los agentes competenciales que actúan en el nuevo escenario político, gubernamental y participativo. Eché de menos más reflexión política: ¿cómo hablar de monitorización en un sistema partitocrático sin entrar en una reforma de la ley electoral, por ejemplo? Y hubiera puesto otros ejemplos, entre los que estaría, sin duda, esta maravilla: www.rap2spain.com.
    • Howard Rheingold. Se conectó vía Skype desde los EEUU y estuvo charlando unos veinte minutos -sin su habitual sombrero, eso sí. Algunas ideas me gustaron, en especial su visión de que la auctoritas se genera por sí sola -una auténtica vuelta de tuerca al paradigma jerárquico, que entronca con la mejor tradición clásica humanista-, y la importancia de saber construir conocimiento personal; otras, sin embargo, me parecieron flojas: aprendizaje informal como charla («small talk») ante la máquina de café, insistencia en la dimensión social («reaching for meaning is social», llegó a decir) y crítica (las típicas «palabras comadreja») del conocimiento…

    En otras entradas, publicaré algunas notas sobre las intervenciones de Boris Mir , José Manuel Pérez Tornero y Cristóbal Cobo en el curso.