Uno de los debates más absurdos que han tenido lugar en los últimos tiempos es el que se refiere a la sustitución del libro de papel por el digital, ya que las interfaces no son conceptos que se sustituyen en una especie de línea de progreso, sino que son artefactos que conviven libremente en tanto toman la forma de paradigmas.
La irrupción de lo digital ha hecho que algunas tecnologías puente hayan intentado atrincherarse en su papel mediador, lo que ha producido grandes distorsiones. Es el caso del CD, artefacto de transición entre el vinilo y el mp3. Nunca como ahora he comprado más casetes y vinilos, al mismo tiempo que nunca como ahora he tenido más música digital en mis servidores. Lo que no tengo son CDs.
Esta reflexión me llevaría muy lejos, ya que es aplicable al mundo educativo; personalmente basculo entre el lápiz y el «cloud computing», entre la clase magistral y el MOOC conectivista; de esto he escrito mucho, y hace poco lo comenté en relación con un informe inglés que muestra el callejón sin salida al que nos conduce el uso de la nueva tecnología en el aula.
Todo esto viene a cuento de que no me extraña nada -y me alegra mucho- el éxito continuo de Stack, la iniciativa de Steven Watson (cada vez más cara, debido a los precios postales, me parece, que se están disparando en UK), para que los que quieran reciban al azar alguna de las 22 revistas en papel que tiene en su catálogo. En todo el mundo se está produciendo un renacimiento del papel, ya que nunca ha sido tan fácil y barato montar una editorial independiente en la que publicar los libros que a uno le gustan. Nosotros hacíamos fanzines, ahora lo digital permite hacer productos de la mayor calidad con un costo mínimo. Y fanzines también. Los nativos digitales son los que están recuperando el papel.
Stack ha sido -en parte lo sigue siendo- uno de los fenómenos simbólicos de los últimos años, por sus características serendípicas, basadas en el crowdfunding, en la logística de las interfaces, por su fuerza representativa a la hora de entender la tecnología como parte del capital simbólico de la vida cotidiana, no como una especie de cuento para adolescentes que han leído mal a Hegel.
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