A mí también me gusta Hidrogenesse, posiblemente porque soy de una generación que experimentó con ciertas formas de teatro grotowskiano, al tiempo que crecía a golpe(s) de Deutsch Amerikanische Freundschaft, italodisco y cosas raras.
Sin embargo, Un bit binario dudoso se merece un off como una catedral, ya que se trata de un proyecto fallido, se ponga David Vidal como se ponga.
En un mundo fragmentado los mensajes se revelan y esconden en forma de escolios, que ocupan los márgenes del discurso. Olvidad las bonitas melodías y las reflexiones campanudas, olvidad las trabazones caramelizadas y la logorrea de los puntos y seguido. Son cantos de sirena en papel de celofán.
No queda rastro en este disco de las apostillas laterales de caballos y ponies, no hay disputaciones entre PCs y MACs, no hay márgenes ni gritos ni medias verdades.
Sólo así se comprenden las innecesarias addendas del video sobre la historia de la computación. Cuando desde América nos llegan los himnos de Matilda, Capullo o Dixybait, que en su simplicidad cortante de cuchillo en el agua, nos revelan el envés de la trama, todo esos bits quedan un poco Corte Inglés («¿se lo envuelvo para regalo?»).
Pues mire, no. Me voy a la verbena en busca de unas cuantas certezas. No querían conectivismo, pues tomen dos tazas:
La caída de Hidrogenesse en la moralina se puede resumir en esa actitud viejuna de adoctrinar deleitando, aunque sea sobre unos tacones en forma de tarima, y tras unos bigotes austrohúngaros.
Lo más cercano al último disco de Hidrogenesse es una asamblea de indignados sentados en el iBook al lado de la tienda Mac de la Puerta del Sol, todo ello convertido en fábula en verso por Félix María de Samaniego.
Que vuelva Hidrogenesse a sus inicios, que vuelvan a la calle en ukelele, que no se escondan detrás de una mampara en blanco y negro.