La aventura que pusimos en marcha unos cuantos nodos en 2007 llega a su fin. La mejor excusa para hacerlo es no tener excusa para ello. Pero la hay.
Los nodos se han ido disgregando en sus asuntos propios, y yo mismo estoy ahora en una institución en la que no hay mucho que innnovar, ya que es la esencia misma de la ausencia de innovación. No tengo mucho que decir, porque el panorama que contemplo es de una pobreza intelectual desoladora.
Además, justo ahora nace Continuum. ELE (Español Lengua Extranjera) y educación en la era digital, que me parece que recoge, en cierto modo, el espíritu de Nodos Ele, y que lo llevan dos personas jóvenes, llenas de ideas, curiosidad y talento: Vanessa Ruiz Torres e Iker Erdocia. Afirman:
«Pensamos que el conocimiento está en hacer cosas y compartirlas, y que asumiendo nuevos riesgos creamos también oportunidades de aprendizaje».
En este nuevo proyecto veo, quiero ver, una cierta continuación de nuestro trabajo. Es el momento de quedarse a un lado y aprender de los jóvenes, que siempre son los mejores.
Sólo una breve nota sobre este tema en relación con el informe PISA 2012 [PDF], que tanto ruido ha hecho en toda Europa, especialmente en Suecia, donde los resultados han sido considerados como catastróficos.
Una de las habilidades que mide el informe PISA es la comprensión lectora, pero desde 2009 lo hace en sus dos vertientes: en papel y en formato digital, es decir, la capacidad de los estudiantes para buscar, leer, comprender y evaluar la información en internet.
No sé qué relevancia puede tener algo que resulta tan llamativo en el caso de Suecia, pero lo cierto es que la lectura digital (buscar, leer y comprender textos en la red) es una habilidad que se adquiere fuera de la escuela, es decir, que forma parte del aprendizaje invisible que todos desarrollamos en nuestra vida diaria.
Una interpretación muy personal al respecto. Creo que la escuela no debe ser práctica, no debe meter sus narices para echar a perder habilidades -me niego a llamarlas «competencias»- que los chicos desarrollan de forma natural en su propio «lifelong learning». La escuela está para aprender lo intemporal: la filosofía, la lengua, la literatura, el latín…, lo que no ofrece el mundo exterior. Qué estupendo artículo de Santiago Navajas hace unos días sobre la nueva reforma educativa.
La escuela debe ser real, no debe ser una imitación cutre del mundo real. Algo de esto intenté explicar en una entrada anterior.
Aprovecho para recomendar un manifiesto excelente del italiano Nuccio Ordine que acaba de presentarse en su traducción española: La utilidad de lo inútil [Acantilado, 2013]. De lectura obligatoria para la secta de los pedagogos.
En un libro de reciente aparición, el británico Tom Standage, agudo observador de los paralelismos entre nuestra revolución digital y sus prefiguraciones victorianas, sostiene que la erupción de las redes sociales no constituye sino la prolongación natural de una constante histórica: a saber, una polifonía social sólo interrumpida durante la era de la comunicación de masas.
Y es que nuestros antepasados intercambiaban cartas a diario con la misma –o casi– facilidad con la que nosotros intercambiamos correos electrónicos. Naturalmente, esa frecuencia nada dice sobre el interés de los contenidos: no es lo mismo una carta de Cicerón que una nota sobre el noviazgo de un primo hermano. ¡Pero también de primos hermanos está hecha la vida!
Si esta tesis es correcta, el florecimiento contemporáneo de las redes sociales es antes un renacimiento que un fenómeno de nuevo cuño: para más señas, un renacimiento impulsado por la formidable potencia comunicativa de las nuevas tecnologías de la información. Son éstas las que dan rienda suelta y publicidad a una pasión social que, como es sabido, no equivale necesariamente a una pasión cívica: queremos estar entretenidos, pero no comprometidos.
El resumen de Arias Maldonado es impecable. La desaparición de la cultura del consumo significa el fin de un paréntesis histórico, ya que lo tradicional a lo largo de los siglos ha sido la producción e intercambio de contenidos. El desarrollo tecnológico es una vuelta a la tradición histórica, tras un período de producción unilateral y consumismo pasivo.
En este sentido, el libro de Standage es importante, porque argumenta esta tesis con decenas de ejemplos históricos: desde la forma viral en que se diseminaban las cartas en los tiempos de Cicerón (copiadas, anotadas e intercambiadas de mano en mano) hasta los comentarios anónimos que se publicaban en los miles de periódicos que se crearon en el siglo XVIII (en una analogía exacta con el uso de los blogs en el siglo XXI), pasando por la forma en que la nueva tecnología de la imprenta convirtió un «post-it» que puso Lutero en la puerta de una iglesia alemana en un manifiesto que circuló en red por Europa dando lugar a la Reforma protestante.
Recomiendo leer la excelente reseña de Frank Rose en The New York Times (1 noviembre 2013): "Word Travels Fast". Y darle un repaso al facebook del libro porque está lleno de material de primera categoría.
Por mi parte, me gustaría llamar la atención sobre la importancia de este tipo de estudios en el marco de las Humanidades Digitales, ya que nos abren el campo para observar que no estamos ante un cambio de paradigma -lo anómalo ha sido la cultura del monopolio unidireccional basada en los derechos de autor y la restricción de producción y copia cultural-, sino ante la forma tradicional de producir y compartir la cultura a lo largo de la Historia. Las miles de cartas de Unamuno, por ejemplo, trazan una red de conexiones que nos iluminan sobre su obra, al mismo tiempo que nos hablan de la variedad de soportes en que las ideas fluyen, se comunican y se viralizan libremente.
Creo que estamos ante una «vuelta al orden» en el posdigitalismo, una vez superado el primer deslumbramiento. Morozov, Siemens, Standage, Fleischer… y tantos otros autores que vengo comentando en este blog están centrando el debate donde siempre debió estar, en la vuelta a una cultura «sharista», fragmentada, caótica y libre, que es la propia del ser humano y la que siempre ha estado detrás de todo renacimiento cultural.
Siempre me ha interesado la obra del sueco Rasmus Fleischer (Halmstad, 1978). En este mismo blog he escrito de su Manifiesto posdigital (Det posdigitala manifestet, 2009), un ensayo soberbio en el que explica cómo la piratería ha sido fundamental a la hora de convertir a un pequeño país como Suecia en la tercera potencia musical del planeta.
Un indicio de cómo los tiempos están cambiando, en el sentido que hemos venido defendiendo en Nodos Ele, lo encontramos en la concesión esta semana del prestigioso Cliopris (Premio Clío de Historia) a su obra Musikens politiska ekonomi («Economía política de la música». Estocolmo, Ink bokförlag, 2012), en la que establece una comparación entre el cambio tecnológico que tuvo lugar a principios del siglo XX y la época actual. Este es el razonamiento del jurado:
Concedemos el Cliopriset 2013 Rasmus Fleischer por su innovador y completo libro sobre economía política de la música. El autor combina con habilidad los aspectos económicos, estéticos, jurídicos y técnológicos de la escena musical del siglo XX, situando en una perspectiva histórico-crítica temas fundamentales de la vida musical de hoy. El estudio contribuye en gran medida a ilustrar el cambio histórico de la relación entre los medios de comunicación, la cultura y la economía y, por tanto, ensancha la capacidad de comprensión del mundo contemporáneo.
El cambio cultural que supuso a finales del siglo XIX la posibilidad de reproducir música mediante altavoces y sistemas fonográficos puede equipararse al que se ha abierto ante nosotros gracias a la capacidad de intercambiar archivos digitales. Los músicos «en vivo» de la época forzaron leyes en toda Europa por las que las salas de cine que usaran gramófonos en vez de pianistas, por ejemplo, tenían que pagar un canon que iba a sus bolsillos, en concepto de «compensación». Este dinero era gestionado por asociaciones al efecto (les suena, ¿verdad?).
Sólo he leído resúmenes del libro, pero una cosa que me fascina es la capacidad de Rasmus Fleischer para unir su trabajo teórico y su propia vida. El fue uno de los fundadores del Piratbyrån (2003), y participó activamente en los debates sobre el intercambio de archivos en Suecia, patria de Spotify (la empresa que ha salvado de la quiebra a la industria musical) y The Pirate Bay. De hecho, aparece en algunas escenas de la película sobre el jucio a los piratas suecos: TPB AFK: The Pirate Bay Away From Keyboard (2013), de la que ya hemos hablado y que es un documental que se ve de un tirón, y del que se aprende mucho.
Rasmus Fleischer ha pasado de individuo sospechoso a reconocido pionero de la nueva cultura posdigital. Nada nuevo. La historia de siempre. Gracias a gente como él la cultura sigue viva, que es como debe estar si se la deja en paz y en libertad. En 2009 escribí: «Lo que ha servido para la música, debería servir para el resto de los campos culturales, muy especialmente en el terreno educativo». En 2013 se empiezan a ver los frutos de este cambio de paradigma.
Este mes hemos conocido algunos de los nuevos despropósitos del constructivismo educativo, esa gran estafa intelectual. Por una parte, nos dejan claro que la tabla de multiplicar no importa, que lo que cuenta es el proceso deliberativo en forma de competencia matemática. Así que ya saben, cuando vayan a negociar la hipoteca, 3×4=11; la cosa es convencer al banco:
También sabemos que los maniáticos competenciales del «learning by doing» están por la «competencia sexual» en el aula, una cosa que habrá quien piense que se parece mucho a la «pedofilia», versión cutre de algunas costumbres griegas de la Antigüedad, en una prosa que nada tiene que ver con el brillante estilo del Corydon (1924) de André Gide. Lógica no les falta: educación sexual + aprender haciendo = eso.
En Gran Bretaña siguen dando bandazos, como se deduce de un post reciente de Cristóbal Cobo. Resulta que el currículo TIC ha resultado «pobre, aburrido y básico», algo que ya sabíamos desde el principio. La nueva ocurrencia para sustituirlo es el currículo pos-TIC o computacional (si un currículo caduca antes que un yogur, igual es cosa de hacérselo mirar, en vez volver a parchearlo).
Esto del currículo computacional es lo que llevan haciendo los chinos por su cuenta desde hace tiempo, aunque muchos de ellos a palos y en sótanos insalubres.
Cuando el tiempo corre tan deprisa, lo necesario es buscar lo intemporal. Crear programadores en creación de apps, sin saber si existirán las apps cuando acaben los estudios, y con millones de asiáticos más preparados y con más «learning by doing» (a la fuerza ahorcan) no lleva a ningún sitio, aunque algunos pedagogos podrán pagar la hipoteca sin saber la tabla de multiplicar. Necesitamos currículos abiertos que duren cien años, no currículos claustrofóbicos que duren seis meses. Es posible que haya buenas intenciones en todo esto, pero el enfoque es el de siempre: constructivismo rancio, es decir, la versión ikea del «hombre nuevo» en forma de «capital humano».
El aprendizaje (el conocimiento, porque estamos hablando de eso) tiene lugar fuera de esos campanarios. Esto lo vio perfectamente George Siemens, al que hemos seguido, traducido y difundido en este blog desde el principio, contra viento y marea, más solos que la una. Hace poco estuvo Siemens en una universidad australiana y nos dejó otro análisis certero de la intrínseca cualidad distribuída y conectada del conocimiento y el aprendizaje.
Quien quiera ver la charla de Siemens, que aproveche, haciendo clic en esta imagen:
El 15 de enero de 2010 escribí una reseña en Nodos Ele sobre un libro de Jaron Lanier titulado You are not a gadget (Random House, 2010). El post era este: «A Jaron Lanier se le va la olla».
Como se puede ver en los comentarios de aquella entrada, me pusieron de vuelta y media.
Pues bien, Lanier ha publicado un nuevo libro: Who Owns The Future? (Simon & Schuster, 2013). Y ya no es que se le vaya la olla, ya es que está fatal de lo suyo, pero fatal.
El libro ha sido abundantemente comentado en todas partes, de modo que no le veo sentido a hacerle una reseña, especialmente porque suscribo totalmente la crítica de Jerry Brito en la revista Reason, que, por supuesto, recomiendo encarecidamente: «Jaron Lanier´s Strange Fantasy».
La tesis fundamental del autor es que las redes sociales están destruyendo la clase media en todo el mundo. Vale. A partir de ahí, el libro es un puro disparate. Compara los 140.000 trabajadores que tenía Kodak en los buenos tiempos con los 13 que mantienen todo el sistema de Instagram. Que es como comparar el 90% de gente que trabajaba en la agricultura hasta hace poco con el 1% que lo hace ahora en los países desarrollados.
Eso sí, coherencia consigo mismo no le falta. Sigue en su lucha contra el anonimato y la gratuidad, proponiendo algo así como un Gran Hermano centralizado que nos tenga siempre visibles para darnos dinero cada vez que hacemos un retweet o modificamos la Wikipedia. Esta vía «lanieriana» para salvar a la clase media mediante la creación de una especie de Panóptico Centralizado Pavloviano de Micropagos es digna de un Jeremy Bentham jugando con una tragaperras en el Gabinete del Doctor Caligari.
No creo que merezca la pena extenderse. El artículo de Brito en la revista Reason, al que me he referido antes, me exhime de añadir nada más. Me pregunto cuántos defensores le quedan a Lanier después de estos tres años. Supongo que muchos, ya que estos personajes estrambóticos tienen mucho tirón.
No sigo gran cosa la relación entre poesía y digitalidad, aunque de vez en cuando me llaman la atención algunos libros, poemas o autores, sobre los que publico en este blog.
Kevin Barrington es un «slam poet» irlandés, lleno de odios y prejuicios, un «bigmouth» político, un camorrista que mezcla lucidez y chorradas mientras dispara rítmicamente sus sílabas.
Su nuevo e-book de poemas: I love the Internet (Political World Publishing, 2013) se abre con toda una declaración de principios: «a multi-media e-collection of militancy and mischief, fun and fury».
Para prueba, «Spoken Word» («Palabra hablada»), que copio abajo. Ni comparto sus «ideas», ni tengo especial interés por la poesía «slam», pero me parece que hay una verdad en estas cacofonías, o al menos me lo parece:
Opium to De Quincey
Sin to Milton
Congo to Conrad
Aran to Synge
I love the internet
Castles to Shakespeare
Deceit to LeCarre
Dublin to Joyce
Marketplace to Chaucer
Did we say
‘Daffodils to Wordsworth?’
We couldn’t forget that.
Or mounted jihad to Tennyson
Or the [weird] whole wild wonder
of the [whole g** damn] show
to Dylan
I love the internet
Wild, lewd, bawdy, bullying, smelling of cats.
Cranks, crank, meth, conspiracy, snipers, knoll.
Fascists made cartoon on ripe digital soil.
Erudite waltzing with trite.
In eternal ballroom
Dedicated skiers on seas of trivial loon.
Self help soma screaming thinnin tv hair repair.
And always the smiles of the filippino brides
And promises of untold nigerian riches.
Flashing wheel spinning ace poker squared
You Have Been Chosen
But
Shhhhhhh
Somewhere down there in the fly fishing section
the first faint whispers
(If ears are right)
of hushed talk
of
bold revolution.
I love the internet
The sheer
dull
scintillating
infantile
anarchy
of
it
all.
Boisterous Brueghel medieval market.
Futuristic Middle Ages
Directed
by
Friar Tuck.
And offset, whispers
of
Robin
lurking
in
wood.
Hace un par de años publiqué una entrada sobre Hablamos español (1971-72), el «curso de español para alemanes», que Els Joglars grabó con la TV alemana NDR (Hamburgo). En las TV públicas regionales de la época en Alemania había una programación minoritaria de tipo cultural. Los cursos de diferentes materias se emitían por la mañana.
En aquel momento alguien estaba subiendo algún episodio suelto a YouTube, pero dejó de hacerlo. Ahora, sin embargo, podemos ver los 39 episodios completos, gracias a otro usuario, que los ha subido enteros y en buena calidad.
Els Joglars se habían profesionalizado en régimen de cooperativa en 1967. En estos primeros espectáculos manejan ya una fórmula de creación colectiva, que le concede mucha importancia a la pantomima más escueta, minimalista y concisa.
Albert Boadella, Jeannine Mestre y José Luis Gómez vocalizan impecablemente frases del tipo «me due-len las mue-las». Hacen una obra curiosa, entre el estereotipo, la faena de aliño y el interés cultural, entre Gila, Antonin Artaud y Don Lurio.
Hay sketches mejores que otros, como el del poeta Pedro Handicap (¿Pedro Gimferrer?; a partir del minuto 19:40); en mi opinión, conociendo un poco la época, tiene mucho de parodia de cierta poesía social o de protesta, que era motivo de burla en los ambientes novísimos de Barcelona:
http://youtu.be/vk2BKThvD7E
La policía habla amablemente con los manifestantes.
El profesor habla amablemente con los estudiantes.
La policía habla amablemente con el profesor y con los estudiantes,
habla amablemente con ellos.
Los manifestantes no hablan amablemente con la policía,
no hablan amablemente, no saben hablar amablemente
Sigue el desfile de grandes figuras de la tecnofilia que entran en modo pánico ante la marcha de los acontecimientos. Esta vez da un paso al frente Douglas Rushkoff, uno de los codexvangelistas de la programación digital, el profeta del renacimiento 2.0 (entre otras muchas cosas, porque ha tocado casi todos los palos, incluso los más frikis).
Como es preceptivo, Rushkoff lanza a la palestra dos nuevos palabros: “digiphrenia” (jugando con la palabra «esquizofrenia») y «fractalnoia» (jugando con la palabra «paranoia»):
Por digifrenia entiende «el estado de desorientación que te aqueja cuando intentas procesar al mismo tiempo las actualizaciones de Twitter y la lectura tranquila del periódico» [«the kind of disorientation you get when you’re trying to process something as fast as Twitter and something as slow as a news article in the same sitting»]. Vamos, todo un clásico, pero muy bien formulado; te lo dice un digifrénico irredento.
Por fractalnoia entiende «las equivocaciones que cometen las organizaciones cuando intentan predecir las grandes tendencias de futuro a partir de unos pocos datos del pasado inmediato» [«the mistakes organizations make when they try to predict major future trends using small bits of data from the recent past» ]. En definitiva, la dificultad para identificar patrones desde nuestra insignificante escala personal.
Está claro que la reflexión sobre el tiempo está de plena actualidad; el mundo posdigital nos ha roto los esquemas y nos fuerza a una nueva gestión de algo que ya no es sólo biológico, sino también digital (Cronos v. Kairós). No somos mecanismos de flujo, sino seres humanos programados de forma rutinaria y cíclica. Uno se acuerda de un clásico que no podía faltar cuando daba los primeros talleres sobre blogs y educación: «es que yo no tengo tiempo para hacer eso». Bendita inocencia. La tiranía del update nos ha puesto en una situación límite, el lifestreaming nos ha vuelto digifrénicos y fractalnoicos.
El autor acuña otros conceptos patológicos que me interesan un poco menos, pero que llamarán la atención de gente como Alejandro Piscitelli o Carlos Scolari, ya que tienen que ver con las narrativas transmedia (lo habrán hecho ya, porque los dos están al tanto de todo, no sé cómo lo hacen): «narrative collapse» («colapso narrativo», de efecto paralizante, ya que transforma el movimiento en «occupy»), «overwinding» (no sé cómo traducirlo, pero es más o menos lo que se conoce como «efecto mariposa»), y «apocalypto» (ese deseo de que pase algo «apocalíptico» constantemente; que nace, como es natural, de un flujo en el que nunca pasa nada porque todo pasa al mismo tiempo).
Además, la argumentación del autor me convence menos. Entiendo el colapso narrativo desde un punto de vista hermenéutico, y no me parece que la fragmentación de un discurso sea incompatible con la creación de narrativas. En cuanto al overwinding o la noción de apocalypto, me parecen ideas irrelevantes, porque siempre han formado parte de la naturaleza humana. La metáfora «zombie» no es nada nuevo, ni el minimalismo, ni ninguna de las cosas que se pretenden hacer pasar por novedosas en este libro.
No me cabe duda de que Rushkoff lo que quiere es hacer caja, montándose en la ola del ciberescepticismo. No hay nada malo en ello. Al contrario, lo hace con inteligencia, sobre todo, como he dicho, cuando reflexiona sobre el tiempo, esa cuestión palpitante. Aquí lo tienen, predicando desde una tienda de relojes viejunos:
En Nodos Ele le hemos dado siempre mucha importancia al componente pop(ular) de la tecnología. David Vidal y yo llegamos a lanzar un Manifiesto Edupop, en respuesta al Manifiesto Edupunk, de Lamb y compañía.
Aquí ha habido bastante debate sobre los aspectos populares del posdigitalismo, a partir de diferentes posiciones. Se ha hablado de música pop, obviamente. Hemos posteado sobre Astrud, hemos discutido sobre Hidrogenesse, hemos analizado a Steven Johnson hasta decir basta, hemos regalado cedés cuando íbamos a dar alguna charla –tenemos una bandcamp con algunas de las canciones…
En definitiva, hemos hecho decenas de acciones en torno a la dimensión popular de las tecnologías digitales y el aprendizaje. Llevamos desde 2007 dando la matraca, así que resumirlo nos llevaría horas.
Pero hoy es viernes, así que propongo que hagamos una lista con las mejores canciones sobre internet (o las peores) que se hayan hecho en español. Yo, desde luego, lo tengo claro en cuanto a la mejor: