El maestro ignorante y una perífrasis

"Los galaaditas cortaron a los efrainitas los vados del Jordán; y cuando los fugitivos de Efraín decían: “Quiero pasar”, le preguntaban los galaaditas: “¿Eres tú efrainita?” Y cuando respondía: “No”, le decían: “Di schibólet”; mas él decía: “sibólet”, pues no sabía pronunciarlo bien. Entonces lo prendían y lo degollaban junto a los vados del Jordán. Así murieron en aquel tiempo cuarenta y dos mil efrainitas. [Jueces 12:5-6]”

Me salgo un poco del tema de las nuevas tecnologías para llamar la atención sobre el estimulante artículo que publican hoy en el Diario de Sevilla José Plácido Ruiz Campillo (Columbia University) y Juan José Romera López (autor de uno de los libros del año en el campo de la educación obligatoria: Retrato canalla del malestar docente, Toromítico, 2010).

El artículo -a cuenta de una perífrasis que no lo era- es simplemente perfecto, y se titula «El maestro ignorante y una perífrasis».

En esta tribuna periodística vuelven a hilvanar algunas necesarias obviedades sobre el enorme engaño de la gramática y su evaluación en la actualidad: una gramática que no habla sobre la lengua sino sobre lo que debería ser la lengua, y una evaluación que solo sirve para que alguien obtenga un papelito diciendo lo que otra persona «habilitada para ello» quiere que diga:

Si a los alumnos de Física se les explica cómo opera el efecto fotoeléctrico y no cómo debería operar, si en biología aprenden cómo evolucionan las especies y no cómo deberían evolucionar, ¿por qué en Lengua se les machaca con cómo debería o no debería ser la lengua y se les niega la descripción científica de cómo realmente es y cuáles son las leyes que explican su funcionamiento real? ¿Por qué la asignatura de Lengua es la única donde el objeto de estudio no es la misma lengua, sino los libros sagrados que glosan sus misterios? ¿Por qué es la única donde se niega el conocimiento disponible y se impone el dogma?

Un adolescente no tiene por qué encontrar problemático, por ejemplo, memorizar para un examen que el subjuntivo es el modo de la irrealidad, y felicitarse después del examen diciendo «Me alegro de que haya caído esa pregunta», formulando adecuadamente en subjuntivo la evidencia. En cualquier caso, examen superado.

Como ellos mismos reconocen, la «gramática taxidérmica» seguramente seguirá en el mismo sitio, como el dinosaurio de Monterroso; pero recordar de vez en cuando cuatro cosas al alcance de cualquiera supone un ejercicio intelectual muy recomendable.

5 comentarios en “El maestro ignorante y una perífrasis

  1. Vanessa Ruiz

    Existen cosas tan absurdas como, por ejemplo, tener una estudiante de lengua catalana, catalanoparlante desde hace 53 años, que suspende todos los exámenes oficiales de su propia lengua materna.

    ¿Por qué se tiene que examinar? Porque el sistema educativo en el que ella estudió, el catalán estaba prohibido. Aparte de políticas lingüísticas, que no vienen al caso, lo que más me sorprende es que a esta mujer, su profesora le repite constantemente que habla mal su propia lengua porque no respeta la norma.

    Y ahí entra mi trabajo, desgraciadamente, entrenarla para que apruebe un dichoso examen, aparte de intentar recomponer su autoestima como hablante competente de una lengua.

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  2. Vanessa Ruiz

    Desde luego que es una impostura. Me pregunto por qué estamos tan obsesionados con la evaluación de contenidos, la consecución de objetivos y palabros del tipo, que se suelen utilizar a menudo cuando se habla de educación reglada obligatoria.

    Los estudiantes necesitan tanto a los profesores y a los pedagogos como los pájaros a los ornitólogos. El conocimiento no pasa por la escuela, y mucho menos por la evaluación.

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  3. Emilio Quintana

    Yo creo que no se trata de una obsesión por evaluar, sino de un deseo de poder y control.

    Siempre me gusta recordar que la palabra inglesa «assessment» (que hoy se usa como «evaluación» en el terreno educativo) la introdujo en la Segunda Guerra Mundial el Ejército de los EEUU para «evaluar» los objetivos que habían destruido los pilotos de la Fuerza Aérea.

    Toda la teoría de la «evaluación» procede del «conductismo» de los años 50, de gente como David McClelland, que (fíjate qué casualidad) fue quien elaboró la «teoría de las competencias» (por eso, hay que acabar primero con la idea de «competencia»).

    Del Ejército se pasó a la Empresa y de la Empresa se pasó a la Educación.

    Todo el constructo «conductismo – competencia – evaluación» pertenece a la Era Industrial, a la que por fortuna ya no pertenecemos. De ahí que todo el constructo produzca las aberraciones que cuentas: que un hablante nativo de catalán sea declarado no competente en su lengua porque no pasa un examen.

    En Holanda están abandonando el Marco Europeo de Referencia para las Lenguas, porque entienden que no sirve. Creo que eso se irá extendiendo. Definir de modo preciso los niveles de competencia es una tarea imposible, y solo lleva a la existencia de unos cuerpos burocráticos de «evaluadores» que defienden su función en cuanto que es su función, nada más.

    Por tanto, creo que hay que ir a la raíz: el concepto de «competencia». Una solución sería oponerle el concepto de «conocimiento». El primero es tan subjetivo como el segundo, pero pretende ser mensurable. El día que se valore más el conocimiento que la competencia, terminará la triste era del «assessment» industrial en que aún vivimos.

    Resumiendo: medir la competencia es un mito. A partir de ahí, el resto es literatura.

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  4. Vanessa Ruiz

    Recuerdo unas líneas de Ferlosio donde afirmaba «el conocimiento no conoce a nadie», como respuesta a la burocratización del conocimiento organizado en asignaturas («tratamiento de ortopedia administrativa»), la aparición de la enseñanza privada y de su eslógan «enseñanza personalizada», algo que también está muy extendido en el campo del ELE. Si el conocimiento no conoce a nadie, no podemos mensurarlo, como dices, ni tratarlo como un producto final, como todavía se está haciendo. Estoy de acuerdo en hablar de conocimiento frente a competencia.

    He estado leyendo sobre la teoría de las competencias y la teoría de las tres necesidades de David McClelland, entiendo el apunte que me haces, todas sus tesis me recuerdan una política de empresa que creo obsoleta.

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