Llevo tiempo hablando en este blog de evaluación.
Opino que la evaluación es el poder tiránico de nuestro tiempo, y el más efectivo a la hora de anular la individualidad y someter a las personas a una «servidumbre voluntaria» (Étienne de la Boétie, 1548). En el campo educativo se nos pretende convertir de individuos en masa evaluada. No es casual que el «malestar de la educación» se extienda en forma de bajas, depresiones y todo tipo de efectos perversos sobre los individuos y el aprendizaje.
Evaluar mata. Evaluar anula la innovación. Evaluar tiraniza. La realidad no es evaluable. Evaluar no tiene nada que ver con educar, enseñar ni aprender.
El 11 de junio se reúne en el Círculo de Bellas Artes de Madrid el Foro «Lo que la evaluación silencia». Recomiendo seguir la actividad de este Foro, que presenta Mercedes de Francisco con estas palabras:
La evaluación inunda la actividad de nuestras vidas, casi de manera imperceptible, desde los dispositivos sanitarios en su amplio espectro, hasta los educativos, empresariales, literarios, artísticos, e incluso la vida cotidiana. Es así como lo calculable, la medida, entra en nuestras vidas y nos afecta como sujetos.
El poder administrativo, las políticas de gestión, la pesadez de su control informático y estadístico, se imponen y atraviesan los gobiernos. En principio, parecería que se trata de evaluar instituciones, grupos y no de individuos, pero son los individuos los evaluados, y el resultado de ella es tener a hombres y mujeres marcados por la comparación con el grupo de referencia o los parámetros que las agencias de evaluación imponen. Esta comparación siempre se salda con un negativo.
En La mirada pedagógica hablan hoy de esa aberración llamada «buenas prácticas» con palabras razonadas y certeras. Al fin y al cabo, otra de las cabezas de la hidra evaluatoria.