Los países escandinavos no son perfectos. Nadie lo es. Pero han llegado a la conclusión de que la educación debe ser un derecho asimétrico, adaptado a cada persona.
Por eso, en Suecia existe el cheque escolar, la libre elección de centro y la competencia en el mercado educativo.
Dos consecuencias de esta liberalización del conocimiento, que contrastan con la situación española, son:
- que las familias prefieren enviar a sus hijos a una escuela pública, ya que saben que, gracias a la libre competencia, será de mejor calidad que la privada (al contrario que en España, donde el que puede mete a sus hijos en un colegio privado, porque sabe que sin eso no tiene mucho futuro)
- que los países escandinavos son los mejores del mundo en dominio del inglés, ya que nadie va a estudiar (si puede elegir libremente) en la lengua local de su región, pudiendo hacerlo en una lengua global de comunicación. El nivel de inglés en España es hoy inferior al de hace 15 años, según datos del British Council en Madrid.
Estos días las calles de Estocolmo están llenas de los anuncios con los que los centros educativos pretenden que los padres se gasten el dinero de sus impuestos con ellos y no con otras escuelas. Los mensajes más frecuentes son: somos exigentes, somos globales, somos digitales…
Mientras tanto, en otros sitios se habla de religión (en Suecia hay libertad religiosa, de modo que la expresión de las propias creencias es un derecho básico que no se discute), de «escuela 2.0» (pasen por eBay y verán dónde han acabado muchos de los ordenadores regalados con dinero público) y de hundimiento en los informes internacionales.
No será por falta de modelos de lo que se conoce pompósamente como «buenas prácticas».