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Stack o la tecnología como forma de representación simbólica sostenible

Uno de los debates más absurdos que han tenido lugar en los últimos tiempos es el que se refiere a la sustitución del libro de papel por el digital, ya que las interfaces no son conceptos que se sustituyen en una especie de línea de progreso, sino que son artefactos que conviven libremente en tanto toman la forma de paradigmas.

La irrupción de lo digital ha hecho que algunas tecnologías puente hayan intentado atrincherarse en su papel mediador, lo que ha producido grandes distorsiones. Es el caso del CD, artefacto de transición entre el vinilo y el mp3. Nunca como ahora he comprado más casetes y vinilos, al mismo tiempo que nunca como ahora he tenido más música digital en mis servidores. Lo que no tengo son CDs.

Esta reflexión me llevaría muy lejos, ya que es aplicable al mundo educativo; personalmente basculo entre el lápiz y el «cloud computing», entre la clase magistral y el MOOC conectivista; de esto he escrito mucho, y hace poco lo comenté en relación con un informe inglés que muestra el callejón sin salida al que nos conduce el uso de la nueva tecnología en el aula.

Todo esto viene a cuento de que no me extraña nada -y me alegra mucho- el éxito continuo de Stack, la iniciativa de Steven Watson (cada vez más cara, debido a los precios postales, me parece, que se están disparando en UK), para que los que quieran reciban al azar alguna de las 22 revistas en papel que tiene en su catálogo. En todo el mundo se está produciendo un renacimiento del papel, ya que nunca ha sido tan fácil y barato montar una editorial independiente en la que publicar los libros que a uno le gustan. Nosotros hacíamos fanzines, ahora lo digital permite hacer productos de la mayor calidad con un costo mínimo. Y fanzines también. Los nativos digitales son los que están recuperando el papel.

Stack ha sido -en parte lo sigue siendo- uno de los fenómenos simbólicos de los últimos años, por sus características serendípicas, basadas en el crowdfunding, en la logística de las interfaces, por su fuerza representativa a la hora de entender la tecnología como parte del capital simbólico de la vida cotidiana, no como una especie de cuento para adolescentes que han leído mal a Hegel.

PISA y la lectura digital

Sólo una breve nota sobre este tema en relación con el informe PISA 2012 [PDF], que tanto ruido ha hecho en toda Europa, especialmente en Suecia, donde los resultados han sido considerados como catastróficos.

Una de las habilidades que mide el informe PISA es la comprensión lectora, pero desde 2009 lo hace en sus dos vertientes: en papel y en formato digital, es decir, la capacidad de los estudiantes para buscar, leer, comprender y evaluar la información en internet.

En el caso de Suecia, por ejemplo, se ha desplomado el resultado de la lectura en papel, pero se mantiene alto el de lectura digital, sobre todo entre las chicas. En este blog se analiza el lamentable dato por lo que se refiere a España.

No sé qué relevancia puede tener algo que resulta tan llamativo en el caso de Suecia, pero lo cierto es que la lectura digital (buscar, leer y comprender textos en la red) es una habilidad que se adquiere fuera de la escuela, es decir, que forma parte del aprendizaje invisible que todos desarrollamos en nuestra vida diaria.

Una interpretación muy personal al respecto. Creo que la escuela no debe ser práctica, no debe meter sus narices para echar a perder habilidades -me niego a llamarlas «competencias»- que los chicos desarrollan de forma natural en su propio «lifelong learning». La escuela está para aprender lo intemporal: la filosofía, la lengua, la literatura, el latín…, lo que no ofrece el mundo exterior. Qué estupendo artículo de Santiago Navajas hace unos días sobre la nueva reforma educativa.

La escuela debe ser real, no debe ser una imitación cutre del mundo real. Algo de esto intenté explicar en una entrada anterior.

Aprovecho para recomendar un manifiesto excelente del italiano Nuccio Ordine que acaba de presentarse en su traducción española: La utilidad de lo inútil [Acantilado, 2013]. De lectura obligatoria para la secta de los pedagogos.

Writing on the Wall. Social Media. The First 2,000 Years (2013) o lo digital como vuelta a la tradición

Uno de los libros más interesantes que se han publicado últimamente es Writing on the Wall. Social Media. The First 2,000 Years (Bloomsbury, 2013), de Tom Standage, autor que nunca defrauda, así como de uno de esos blogs imprescindibles que hay que seguir.

Lo cita Manuel Arias Maldonado en sus reflexiones sobre la «retrovanguardia digital»:

En un libro de reciente aparición, el británico Tom Standage, agudo observador de los paralelismos entre nuestra revolución digital y sus prefiguraciones victorianas, sostiene que la erupción de las redes sociales no constituye sino la prolongación natural de una constante histórica: a saber, una polifonía social sólo interrumpida durante la era de la comunicación de masas.

Y es que nuestros antepasados intercambiaban cartas a diario con la misma –o casi– facilidad con la que nosotros intercambiamos correos electrónicos. Naturalmente, esa frecuencia nada dice sobre el interés de los contenidos: no es lo mismo una carta de Cicerón que una nota sobre el noviazgo de un primo hermano. ¡Pero también de primos hermanos está hecha la vida!

Si esta tesis es correcta, el florecimiento contemporáneo de las redes sociales es antes un renacimiento que un fenómeno de nuevo cuño: para más señas, un renacimiento impulsado por la formidable potencia comunicativa de las nuevas tecnologías de la información. Son éstas las que dan rienda suelta y publicidad a una pasión social que, como es sabido, no equivale necesariamente a una pasión cívica: queremos estar entretenidos, pero no comprometidos.

El resumen de Arias Maldonado es impecable. La desaparición de la cultura del consumo significa el fin de un paréntesis histórico, ya que lo tradicional a lo largo de los siglos ha sido la producción e intercambio de contenidos. El desarrollo tecnológico es una vuelta a la tradición histórica, tras un período de producción unilateral y consumismo pasivo.

En este sentido, el libro de Standage es importante, porque argumenta esta tesis con decenas de ejemplos históricos: desde la forma viral en que se diseminaban las cartas en los tiempos de Cicerón (copiadas, anotadas e intercambiadas de mano en mano) hasta los comentarios anónimos que se publicaban en los miles de periódicos que se crearon en el siglo XVIII (en una analogía exacta con el uso de los blogs en el siglo XXI), pasando por la forma en que la nueva tecnología de la imprenta convirtió un «post-it» que puso Lutero en la puerta de una iglesia alemana en un manifiesto que circuló en red por Europa dando lugar a la Reforma protestante.

Recomiendo leer la excelente reseña de Frank Rose en The New York Times (1 noviembre 2013): "Word Travels Fast". Y darle un repaso al facebook del libro porque está lleno de material de primera categoría.

Por mi parte, me gustaría llamar la atención sobre la importancia de este tipo de estudios en el marco de las Humanidades Digitales, ya que nos abren el campo para observar que no estamos ante un cambio de paradigma -lo anómalo ha sido la cultura del monopolio unidireccional basada en los derechos de autor y la restricción de producción y copia cultural-, sino ante la forma tradicional de producir y compartir la cultura a lo largo de la Historia. Las miles de cartas de Unamuno, por ejemplo, trazan una red de conexiones que nos iluminan sobre su obra, al mismo tiempo que nos hablan de la variedad de soportes en que las ideas fluyen, se comunican y se viralizan libremente.

Creo que estamos ante una «vuelta al orden» en el posdigitalismo, una vez superado el primer deslumbramiento. Morozov, Siemens, Standage, Fleischer… y tantos otros autores que vengo comentando en este blog están centrando el debate donde siempre debió estar, en la vuelta a una cultura «sharista», fragmentada, caótica y libre, que es la propia del ser humano y la que siempre ha estado detrás de todo renacimiento cultural.

No se pierdan esta brillante exposición:

De individuo sospechoso a ensayista celebrado. El «pirata» Rasmus Fleischer gana el Premio Clío 2013

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Siempre me ha interesado la obra del sueco Rasmus Fleischer (Halmstad, 1978). En este mismo blog he escrito de su Manifiesto posdigital (Det posdigitala manifestet, 2009), un ensayo soberbio en el que explica cómo la piratería ha sido fundamental a la hora de convertir a un pequeño país como Suecia en la tercera potencia musical del planeta.

Un indicio de cómo los tiempos están cambiando, en el sentido que hemos venido defendiendo en Nodos Ele, lo encontramos en la concesión esta semana del prestigioso Cliopris (Premio Clío de Historia) a su obra Musikens politiska ekonomi («Economía política de la música». Estocolmo, Ink bokförlag, 2012), en la que establece una comparación entre el cambio tecnológico que tuvo lugar a principios del siglo XX y la época actual. Este es el razonamiento del jurado:

musikens_politiska_ekonomiConcedemos el Cliopriset 2013 Rasmus Fleischer por su innovador y completo libro sobre economía política de la música. El autor combina con habilidad los aspectos económicos, estéticos, jurídicos y técnológicos de la escena musical del siglo XX, situando en una perspectiva histórico-crítica temas fundamentales de la vida musical de hoy. El estudio contribuye en gran medida a ilustrar el cambio histórico de la relación entre los medios de comunicación, la cultura y la economía y, por tanto, ensancha la capacidad de comprensión del mundo contemporáneo.

El cambio cultural que supuso a finales del siglo XIX la posibilidad de reproducir música mediante altavoces y sistemas fonográficos puede equipararse al que se ha abierto ante nosotros gracias a la capacidad de intercambiar archivos digitales. Los músicos «en vivo» de la época forzaron leyes en toda Europa por las que las salas de cine que usaran gramófonos en vez de pianistas, por ejemplo, tenían que pagar un canon que iba a sus bolsillos, en concepto de «compensación». Este dinero era gestionado por asociaciones al efecto (les suena, ¿verdad?).

Sólo he leído resúmenes del libro, pero una cosa que me fascina es la capacidad de Rasmus Fleischer para unir su trabajo teórico y su propia vida. El fue uno de los fundadores del Piratbyrån (2003), y participó activamente en los debates sobre el intercambio de archivos en Suecia, patria de Spotify (la empresa que ha salvado de la quiebra a la industria musical) y The Pirate Bay. De hecho, aparece en algunas escenas de la película sobre el jucio a los piratas suecos: TPB AFK: The Pirate Bay Away From Keyboard (2013), de la que ya hemos hablado y que es un documental que se ve de un tirón, y del que se aprende mucho.

Rasmus Fleischer ha pasado de individuo sospechoso a reconocido pionero de la nueva cultura posdigital. Nada nuevo. La historia de siempre. Gracias a gente como él la cultura sigue viva, que es como debe estar si se la deja en paz y en libertad. En 2009 escribí: «Lo que ha servido para la música, debería servir para el resto de los campos culturales, muy especialmente en el terreno educativo». En 2013 se empiezan a ver los frutos de este cambio de paradigma.

A Jaron Lanier se le va la perola cada vez más

futureuscoverEl 15 de enero de 2010 escribí una reseña en Nodos Ele sobre un libro de Jaron Lanier titulado You are not a gadget (Random House, 2010). El post era este: «A Jaron Lanier se le va la olla».

Como se puede ver en los comentarios de aquella entrada, me pusieron de vuelta y media.

Pues bien, Lanier ha publicado un nuevo libro: Who Owns The Future? (Simon & Schuster, 2013). Y ya no es que se le vaya la olla, ya es que está fatal de lo suyo, pero fatal.

El libro ha sido abundantemente comentado en todas partes, de modo que no le veo sentido a hacerle una reseña, especialmente porque suscribo totalmente la crítica de Jerry Brito en la revista Reason, que, por supuesto, recomiendo encarecidamente: «Jaron Lanier´s Strange Fantasy».

Mi admirado E. Morozov es autor de otra reseña en el Washington Post, menos sustanciosa, pero que también comparto.

La tesis fundamental del autor es que las redes sociales están destruyendo la clase media en todo el mundo. Vale. A partir de ahí, el libro es un puro disparate. Compara los 140.000 trabajadores que tenía Kodak en los buenos tiempos con los 13 que mantienen todo el sistema de Instagram. Que es como comparar el 90% de gente que trabajaba en la agricultura hasta hace poco con el 1% que lo hace ahora en los países desarrollados.

Eso sí, coherencia consigo mismo no le falta. Sigue en su lucha contra el anonimato y la gratuidad, proponiendo algo así como un Gran Hermano centralizado que nos tenga siempre visibles para darnos dinero cada vez que hacemos un retweet o modificamos la Wikipedia. Esta vía «lanieriana» para salvar a la clase media mediante la creación de una especie de Panóptico Centralizado Pavloviano de Micropagos es digna de un Jeremy Bentham jugando con una tragaperras en el Gabinete del Doctor Caligari.

No creo que merezca la pena extenderse. El artículo de Brito en la revista Reason, al que me he referido antes, me exhime de añadir nada más. Me pregunto cuántos defensores le quedan a Lanier después de estos tres años. Supongo que muchos, ya que estos personajes estrambóticos tienen mucho tirón.

Ahí tienen los comentarios para ponerme a caldo.

«I love the internet. Cos it’s ours». Kevin Barrington o la humana impureza del caos

935082_256814861126059_2037738227_nNo sigo gran cosa la relación entre poesía y digitalidad, aunque de vez en cuando me llaman la atención algunos libros, poemas o autores, sobre los que publico en este blog.

Kevin Barrington es un «slam poet» irlandés, lleno de odios y prejuicios, un «bigmouth» político, un camorrista que mezcla lucidez y chorradas mientras dispara rítmicamente sus sílabas.

Su nuevo e-book de poemas: I love the Internet (Political World Publishing, 2013) se abre con toda una declaración de principios: «a multi-media e-collection of militancy and mischief, fun and fury».

Para prueba, «Spoken Word» («Palabra hablada»), que copio abajo. Ni comparto sus «ideas», ni tengo especial interés por la poesía «slam», pero me parece que hay una verdad en estas cacofonías, o al menos me lo parece:

Opium to De Quincey
Sin to Milton
Congo to Conrad
Aran to Synge

I love the internet

Castles to Shakespeare
Deceit to LeCarre
Dublin to Joyce
Marketplace to Chaucer

Did we say
‘Daffodils to Wordsworth?’
We couldn’t forget that.
Or mounted jihad to Tennyson
Or the [weird] whole wild wonder
of the [whole g** damn] show
to Dylan

I love the internet

Wild, lewd, bawdy, bullying, smelling of cats.
Cranks, crank, meth, conspiracy, snipers, knoll.
Fascists made cartoon on ripe digital soil.
Erudite waltzing with trite.
In eternal ballroom
Dedicated skiers on seas of trivial loon.
Self help soma screaming thinnin tv hair repair.
And always the smiles of the filippino brides
And promises of untold nigerian riches.
Flashing wheel spinning ace poker squared
You Have Been Chosen
But
Shhhhhhh
Somewhere down there in the fly fishing section
the first faint whispers
(If ears are right)
of hushed talk
of
bold revolution.

I love the internet
The sheer
dull
scintillating
infantile
anarchy
of
it
all.

Boisterous Brueghel medieval market.
Futuristic Middle Ages
Directed
by
Friar Tuck.
And offset, whispers
of
Robin
lurking
in
wood.

I love the internet.
Cos it’s ours.

Present Shock. When Everything Happens Now (2013). Douglas Rushkoff contra la tiranía del update

imagesSigue el desfile de grandes figuras de la tecnofilia que entran en modo pánico ante la marcha de los acontecimientos. Esta vez da un paso al frente Douglas Rushkoff, uno de los codexvangelistas de la programación digital, el profeta del renacimiento 2.0 (entre otras muchas cosas, porque ha tocado casi todos los palos, incluso los más frikis).

La cara de susto que se le ha puesto en la foto de su web ya es bastante elocuente, pero cuando abre la boca es peor, porque se pone a largar del «terror de los tiempos modernos», que es lo que hace en su último libro: Present Shock. When Everything Happens Now (Current Hardcover, 2013):

Como es preceptivo, Rushkoff lanza a la palestra dos nuevos palabros: “digiphrenia” (jugando con la palabra «esquizofrenia») y «fractalnoia» (jugando con la palabra «paranoia»):

  • Por digifrenia entiende «el estado de desorientación que te aqueja cuando intentas procesar al mismo tiempo las actualizaciones de Twitter y la lectura tranquila del periódico» [«the kind of disorientation you get when you’re trying to process something as fast as Twitter and something as slow as a news article in the same sitting»]. Vamos, todo un clásico, pero muy bien formulado; te lo dice un digifrénico irredento.
  • Por fractalnoia entiende «las equivocaciones que cometen las organizaciones cuando intentan predecir las grandes tendencias de futuro a partir de unos pocos datos del pasado inmediato» [«the mistakes organizations make when they try to predict major future trends using small bits of data from the recent past» ]. En definitiva, la dificultad para identificar patrones desde nuestra insignificante escala personal.

Está claro que la reflexión sobre el tiempo está de plena actualidad; el mundo posdigital nos ha roto los esquemas y nos fuerza a una nueva gestión de algo que ya no es sólo biológico, sino también digital (Cronos v. Kairós). No somos mecanismos de flujo, sino seres humanos programados de forma rutinaria y cíclica. Uno se acuerda de un clásico que no podía faltar cuando daba los primeros talleres sobre blogs y educación: «es que yo no tengo tiempo para hacer eso». Bendita inocencia. La tiranía del update nos ha puesto en una situación límite, el lifestreaming nos ha vuelto digifrénicos y fractalnoicos.

El autor acuña otros conceptos patológicos que me interesan un poco menos, pero que llamarán la atención de gente como Alejandro Piscitelli o Carlos Scolari, ya que tienen que ver con las narrativas transmedia (lo habrán hecho ya, porque los dos están al tanto de todo, no sé cómo lo hacen): «narrative collapse» («colapso narrativo», de efecto paralizante, ya que transforma el movimiento en «occupy»), «overwinding» (no sé cómo traducirlo, pero es más o menos lo que se conoce como «efecto mariposa»), y «apocalypto» (ese deseo de que pase algo «apocalíptico» constantemente; que nace, como es natural, de un flujo en el que nunca pasa nada porque todo pasa al mismo tiempo).

Además, la argumentación del autor me convence menos. Entiendo el colapso narrativo desde un punto de vista hermenéutico, y no me parece que la fragmentación de un discurso sea incompatible con la creación de narrativas. En cuanto al overwinding o la noción de apocalypto, me parecen ideas irrelevantes, porque siempre han formado parte de la naturaleza humana. La metáfora «zombie» no es nada nuevo, ni el minimalismo, ni ninguna de las cosas que se pretenden hacer pasar por novedosas en este libro.

No me cabe duda de que Rushkoff lo que quiere es hacer caja, montándose en la ola del ciberescepticismo. No hay nada malo en ello. Al contrario, lo hace con inteligencia, sobre todo, como he dicho, cuando reflexiona sobre el tiempo, esa cuestión palpitante. Aquí lo tienen, predicando desde una tienda de relojes viejunos:

Rousseau con un MacBook. En The New Republic se enfadan con los niñatos que quieren hackear la educación

nv7kh2oX3d2uzyx1g2TVlp7K_500La ola de ciberrealismo se está convirtiendo en un tsunami, gracias sobre todo al fuego graneado que procede de las páginas de The New Republic.

El otro día en el facebook de Nodos Ele puse el enlace a un artículo de su literary editor, Leon Wieseltier, que es toda una declaración de principios: «Education is the Work of Teachers, not Hackers» («La educación es cosa de profesores, no de hackers»)

El texto es básicamente una respuesta a todo el montaje en torno al «boy-genius» («niñato» podría ser una buena traducción) Dale J. Stephens, que está becado por el creador de Pay Pal, Peter Thiel, para hackear la educación mediante la creación de iniciativas como UnCollege.

Sobre el asunto de Thiel, Stephens y UnCollege escribí un post en septiembre de 2012, al que me remito.

En The New Republic están que trinan. Wieseltier es hijo de profesores y está realmente enfadado con estos niñatos que quieren «hackear» la escuela.

El actual interés por el homeschooling — la idea demencial de que los niños pueden ser completamente educados por personas [los padres] que no tienen otra cualificación para enseñar que la que se deriva del cariño y del deseo de aislarlos del mundo constituye un nuevo insulto a la labor que desarrollan los profesores,

El alegato de Wieseltier adquiere a veces los tintes épicos del panfleto más afilado, aunque sin llegar a la maestría de un Morozov. Esto no hay manera de traducirlo:

His deeply unfortunate book is called Hacking Your Education: Ditch the Lectures, Save Tens of Thousands, and Learn More Than Your Peers Ever Will. It is a call for young people to reject college and become “self-directed learners.”

One wonders about the preparedness of this untutored “self” for this unknown “direction.” Such pristinity! Rousseau with a MacBook! Yet the “hackademic,” as Stephens calls his ideal, is a new sort of drop-out. His head is not in the clouds. His head is in the cloud. Instead of spending money on college, he is making money on apps.

In place of an education, he has entrepreneurship.

Esta frase final es la definitiva. Un golpe bajo, de los que buscan el hígado. Acabáramos. Lo que estaría detrás de tanta educative innoveision no sería más que un «economicist approach to the understanding of education». Vale. Nada que no supiéramos. Nada malo en sí mismo.

En todo caso, el argumento más sólido de Wieseltier, desde mi punto de vista, se refiere a la confusión entre educación e información. Dejar a un chico delante de internet para que se autoeduque es confundir la educación con la alimentación de los pavos. En definitiva, que en la red se pueden hacer muchas cosas. Pero educar no es una de ellas.

En el fondo, estamos ante una defensa apasionada de la escuela humanista, del esfuerzo por estudiar cosas tan aparentemente inútiles (desde el punto de vista economicista) como la Eneida de Virgilio o las obras de Shakespeare. La educación es eso, lo que no tiene relación con lo aplicable de forma práctica. En los márgenes de lo inútil es donde se encuentra la realidad del ser humano. Y eso es lo que de verdad importa.

Cuando ya nos estábamos aburriendo de tanta chorrada y tanto guru vendedor de enciclopedias, se agradece la aparición de toda esta corriente crítica, llena de inteligencia y sarcasmo, de buenas razones y de elevados ideales.

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Actualización: Por cierto, acaba de salir el número de febrero de The New Republic, con uno de los duelos más esperados de la temporada, Morozov v. Johnson. Estaremos atentos:

Sigue la «vuelta al orden» en el posdigitalismo educativo. James Paul Gee y el lado oscuro de la gamificación

the-anti-education-eraHe seguido siempre con cierta curiosidad la obra de James Paul Gee, porque tocaba puntos «conflictivos» que me interesan: teoría del discurso, temas de identidad (necesitamos más estudios sobre «identidad» y menos sobre «pragmática»), una visión amplia de las literacies… Esta es una lista de publicaciones suyas en pdf.

Me parece un lingüista menor, con una perspectiva religiosa que fastidia bastante, pero con destellos de brillantez de vez en cuando.

Se ocupa sobre todo de la educación reglada infantil, un campo que me pilla bastante lejos. Con todo, su blog es muy recomendable.

Ultimamente se había venido dedicando a publicar sobre lo que ahora llamamos gamificación, desde un punto de vista cada vez más escéptico, sobre todo cuando se ponía a criticar el individualismo catatónico (esto lo digo yo) de The School of One.

En esta línea parece que va su nuevo libro de 2013: The Anti-Education Era: Creating Smarter Students through Digital Learning (Palgrave Macmillan, 2013):

Today’s schools are eager to use the latest technology in the classroom, but rather than improving learning, the new e-media can just as easily narrow students’ horizons.

Now, with digital and social media at the center of modern life, he issues an important warning that groundbreaking new technologies, far from revolutionizing schooling, can stymy the next generation’s ability to resolve deep global challenges. .

No he leído el libro, y no creo que lo haga, sólo he mirado lo que se comenta en la red. Lo que me llama la atención es que uno de los primeros investigadores sobre los beneficios de la gamificación para el aprendizaje (What Video Games Have to Teach Us About Learning and Literacy es de 2007), se está replanteando el tema:

…they are great tools with which to become dumber just as they are great tools with which to become smarter.

Dentro del posdigitalismo educativo, me parece que se están decantando varias tendencias. Y esta es la que hoy por hoy me interesa más, la de los ciberrealistas.

Todo esto me recuerda el retour à l´ordre de las vanguardias históricas, cuando los futuristas, dadaístas, cubistas o expresionistas se hartaron de epatar por epatar y volvieron los ojos a las fuentes primeras del Arte, buscando un nuevo equilibrio.

Posdigitalismo y diseño educativo. El caso del Instituto Cervantes

He seguido con mucho interés las II Jornadas Futuro en español, que han tenido lugar esta semana en Logroño.

Especialmente interesante fue la mesa redonda sobre «Influencia de las TIC en la educación en español», en la que Hugo Pardo Kuklinski dijo cosas muy sensatas, entre las que me gustaría destacar estas palabras:

Los desafíos educativos se basan en cambios de diseño.

En un escenario de crisis (es decir, de cambio hacia algo que no ha existido antes), las organizaciones educativas sólo pueden conectar con la realidad de los tiempos si introducen de forma decidida cambios de diseño. De estos temas, por cierto, estaremos discutiendo en la Outliers School a partir del próximo fin de semana.

Esto me lleva a llamar la atención sobre un hecho cada vez más claro: la falta de adecuación del Instituto Cervantes a los patrones emergentes de diseño educativo/organizativo, es decir, a los patrones que están configurando la realidad que vivimos.

El Instituto Cervantes es una de las pocas instituciones que lo tiene todo para dar ejemplo en los nuevos tiempos. Su diseño latente se corresponde con el de «connected organization», que Dave Gray -por poner un ejemplo- desarrolla de forma muy didáctica en este vídeo, que resume su reciente libro The Connected Company (O´Reilly, 2012):

El diseño es importante, porque en la era posdigital en la que vivimos, las herramientas han perdido importancia. Debemos encontrar soluciones basadas en el prototipeado, considerando ecosistemas, ecologías, y todo tipo de cambios de representaciones conectivas.

Es una pena que un organismo como el Instituto Cervantes pase dificultades, porque lo tiene todo para ser un modelo de lo que significa el trabajo en red en entornos complejos, de forma sinérgica, distribuida y conectada. La base del problema radica, en mi opinión, en su estructura jerárquica, escasamente sinérgica, en la que prevalece la división del trabajo en compartimentos estancos.

El mascarón de proa de la enseñanza del español en el mundo, debe aprovechar su ventaja «holárquica» de origen. Recuerdo una excelente intervención de Julia Piera -que era entonces la Directora del centro de Dublín– en la Reunión de Directores del Instituto Cervantes en 2009, que iba en esta misma dirección: «El Instituto Cervantes. Una red de redes. De los logros a los retos».

Puesto que la ponencia de Julia Piera creo que no está en la red, aprovecho para recomendar la lectura de este artículo de Karim J. Gherab Martín, que acaba de publicar Nueva Revista: «La innovación tecnológica. ¿Cómo cambian las conductas?». Es un punto de vista que abunda en la misma línea.

Todos los indicadores dicen que es el momento de un cambio. Bien, hagámoslo. Con tranquilidad, pero con el apremio de lo necesario.