Los países escandinavos no son perfectos. Nadie lo es. Pero han llegado a la conclusión de que la educación debe ser un derecho asimétrico, adaptado a cada persona.
Por eso, en Suecia existe el cheque escolar, la libre elección de centro y la competencia en el mercado educativo.
Dos consecuencias de esta liberalización del conocimiento, que contrastan con la situación española, son:
que las familias prefieren enviar a sus hijos a una escuela pública, ya que saben que, gracias a la libre competencia, será de mejor calidad que la privada (al contrario que en España, donde el que puede mete a sus hijos en un colegio privado, porque sabe que sin eso no tiene mucho futuro)
que los países escandinavos son los mejores del mundo en dominio del inglés, ya que nadie va a estudiar (si puede elegir libremente) en la lengua local de su región, pudiendo hacerlo en una lengua global de comunicación. El nivel de inglés en España es hoy inferior al de hace 15 años, según datos del British Council en Madrid.
Estos días las calles de Estocolmo están llenas de los anuncios con los que los centros educativos pretenden que los padres se gasten el dinero de sus impuestos con ellos y no con otras escuelas. Los mensajes más frecuentes son: somos exigentes, somos globales, somos digitales…
Mientras tanto, en otros sitios se habla de religión (en Suecia hay libertad religiosa, de modo que la expresión de las propias creencias es un derecho básico que no se discute), de «escuela 2.0» (pasen por eBay y verán dónde han acabado muchos de los ordenadores regalados con dinero público) y de hundimiento en los informes internacionales.
No será por falta de modelos de lo que se conoce pompósamente como «buenas prácticas».
Este 14 de abril tendrá lugar en la Facultad de Formación del Profesorado (Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura) de la Universidad de Barcelona un Simposio internacional sobre Competencia Comunicativa Digital. Se incide en estas cuestiones:
¿A qué nos referimos cuando hablamos de competencia comunicativa digital?
¿Tendríamos que hablar de la dimensión comunicativa de la competencia digital o de la competencia comunicativa en un contexto digital?
¿Las cuestiones técnicas deben tenerse en cuenta también desde la perspectiva del profesor de lenguas?
El encuentro está organizado por el grupo de investigación DRE_DIX, y este es el programa.
En Grupo Nodos ELE llevamos ya mucho tiempo dándole vueltas a estas preguntas y al concepto de competencia (¿comunicativa?) digital, desde diferentes puntos de vista. Seguiremos el Simposio desde cerca (sobre todo yo, que estoy en BCN), y esperamos poder intercambiar respuestas y nuevas preguntas con todos los que se asoman este blog.
Update Emilio: Como apunto en el comentario al post, el miércoles 13 de abril hay otra cita imperdible en Barcelona, la sesión del CCCB sobre «El remix com a ecosistema cultural».
En estos tiempos aún oscuros de lo que John Algeo llamaba «lexicograficolatría», es decir, de reverencia excesiva a la autoridad del diccionario, o a un supuesto comité de sabios que recibe dinero público por dar opiniones que no sirven para nada, da gusto leer unas páginas tan sensatas, escritas por la que ha sido durante mucho tiempo editora de la Oxford University Press.
How to Read a Word es una obra absolutamente centrada en la lengua inglesa, algo que puede limitar su recepción en el ámbito hispánico. Pero tiene una gran cualidad: puede leerse como una especie de manual de orientación léxica en el mundo posdigital. Knowles dedica iluminadoras reflexiones a la forma en que podemos desarrollar la competencia léxica, para manejarnos por nosotros mismos en el mundo de las palabras, más allá de diccionarios, comités de burócratas o gurus de suplemento dominical.
Estos son algunos de sus «tips», independientemente del uso de nuevos diccionarios del tipo Urban Dictionary (la RAEM tiene su gracia, pero es una anécdota) o Wordnick:
cómo usar motores de búsqueda, tipo Google Noticias para encontrar información relacionada.
cómo usar las «palabras clave» («keywords») para comprender vocabulario, mediante el uso de las «slashtags» que son la base de herramientas como Blekko.
cómo manejar los resultados, en relación con problemas como las «palabras fantasma» o los «falsos amigos».
cómo leer el pasado a la luz del presente; un ejemplo sería el uso de «gay» a lo largo del siglo XX en inglés, o (se me ocurre) el uso de «hacer el amor» para el mismo período en español.
Si hemos conseguido poner a la gramática definitivamente al servicio de la realidad operativa de la comunicación, es necesario arrebatarle las palabras a quienes las tienen secuestradas.
El libro de Mrs. Knowles es entretenidísimo, y está lleno de detalles e historias reveladoras. Pero lo importante -en mi opinión- es su objetivo: devolverle las palabras a sus legítimos propietarios, los hablantes, para que tengan confianza en sí mismos y sepan desarrollar habilidades que les permitan orientarse en la sociedad posdigital en la que vivimos; en definitiva, eso que, pedantemente, se conoce como «aprender a aprender».
La relación entre futbolistas y lenguas es apasionante. Al tratarse de gente del común que sabe darle patadas a un balón y que suele llevar una vida nómada, de país en país, son una fuente inagotable de reflexiones sobre el tema (que yo sepa, poco estudiado).
La última es la que ha liado Fabio Capello, el italiano que hace ahora de seleccionador de Inglaterra.
Si ya era curiosísima su relación con la lengua inglesa, ha terminado de liarla parda con estas declaraciones (por cierto, un ejemplo perfecto de esa preciosa lengua que se llama globish):
I think when I speak with the players they understand everything. I think in this job, it’s important when you speak with the players.
If I need to speak about the economy or other things, I can’t speak. But when you speak about tactics, you don’t use a lot of words.
I don’t have to speak about a lot of different things. Maximum 100 words.
Esto último es lo que ha montado el pollo. La prensa británica se lo ha tomado de todos los colores. El estirado The Independent hace un análisis serio sobre la arriesgada afirmación léxica del «macarroni». Por su parte, la BBC incluye en su artículo una lista con las 100 palabras más frecuentes del inglés, para uso de Capello y sus muchachos (la primera es «the» y la última es «us»; supongo que a eso se le llama «humor británico», aunque en Granada lo conocemos como «malafollá»).
The Guardian aprovecha para publicar unas «Language lessons with Fabio Capello», que incluyen de paso una lista con las 100 palabras imprescindibles para un profesor:
El tabloide The Sun también le saca punta al tema y afirma que, para lo que gana, cada palabra del «míster» le cuesta al contribuyente inglés 60.000 libras esterlinas. Además, proponen una posible «lista de Capello», con las siguientes 100 palabras, que nos divertirán especialmente a los aficionados al fútbol:
Y no menos desopilante (al menos yo me he tirado por los suelos; «desopilante» es algo así como «muy divertido», lo digo para los que vengan de la LOGSE) es el artículo del Daily Star, que va con video incluído y una recopilación de mejores momentos.
La verdad es que Fabio Capello habla un globish magnífico y muy bonito, pero eso de que con 100 palabras se entiende sin problemas está siendo el «polverone» lingüístico de estos días en Gran Bretaña. Y en Italia…
La sensación, después de escuchar a Cobo por streaming (supongo que pronto subirán el video de la presentación) y seguir el debate en twitter, es que los temas de los que discutimos son recurrentes y aparecen una y otra vez en el imaginario de la Educación 2.0, al menos desde hace ya cuatro o cinco años, si no más: que lo importante es la metodología, o el software y el hardware son lo de menos, por poner un par de ejemplos… (se habló de muchas otras cosas, pero ahora me quedo con esto…)
La metáfora más acertada al respecto es la del propio Cristóbal Cobo: la integración de las TIC en las instituciones educativas quería hacerse en plan Caballo de Troya, en cuyo interior se encontrarían los cambios educativos anhelados, que saldrían de improviso e invadirían las aulas en un proceso mágico de transformación del proceso de enseñanza/aprendizaje.
Y va a ser que no.
La triste realidad es que las herramientas (el software y el hardware) han sido secuestradas por los mismos que ya sustentaban el poder, una panda que sigue aplicando sus burdos medios de coacción y control (el currículo, la evaluación…), que se dedica a seguir coartando las libertades y la creatividad en los procesos naturales desde sus puestos de dominio dentro de las instituciones, cerrando la puerta a la serendipia, al azar, a la autonomía del estudiante, dueño de su propio aprendizaje. En definitiva, los mismos que han arruinado la gestión educativa pretenden perpetuar el modelo a través de las nuevas tecnologías.
Al terminar su presentación, alguien le preguntaba a Cristóbal Cobo que cuáles eran los próximos pasos en la «hoja de ruta» del cambio educativo. Bajo mi punto de vista, no hay otra hoja de ruta que la revolución (y no me refiero a la «revolución secreta» de Brian Lamb (tan secreta que no hay quien la vea), sino a una que afecte al proceso de verdad).
Afortunadamente, Cristóbal es mucho más optimista que yo. Seguro que en Aprendizaje Invisible nos ofrece muchas pistas que nos ayuden a cambiar de idea…
Esta semana me estoy mudando de despacho, y aprovecho para recordar una ilustración que tengo colgada en el tablón de la oficina, del estupendo ilustrador Hugh MacLeod:
Anoche estuve escuchando una muy buena entrevista con Albert Boadella, y recordé que cuando era niño había visto una serie de episodios de «enseñanza de español para alemanes», que Els Joglars habían grabado con la TV alemana NDR. La serie constaba de 39 unidades y se emitió entre 1971 y 1972.
En efecto, para mi sorpresa, aparece nombrada en la web de la compañía como Hablamos español. 1971-72. Cuando he estado en Alemania, la he visto más veces, siempre a horas intempestivas.
Al ir a YouTube me he llevado una sorpresa, ya que un tal MVDrossel parece que la está grabando de la tele y la está colgando en la red, a razón de un episodio por semana. Por el momento, están disponibles los 5 primeros. Me he suscrito al canal, para ver los 34 restantes, a medida que los vaya colgando.
Me parece un «manual» lleno de detalles gamberros de un Boadella veinteañero y barbilampiño, aún en su etapa más mímica (con un jovenzuelo José Luis Gómez), y con ganas de poner en solfa aspectos de la España de entonces:
http://youtu.be/sQH8OsLu9ZY
En el fondo, Boadella ha seguido siempre la misma línea de puesta en cuestión del aldeanismo ibérico; diría que en Hablamos español (1970) está in noce el espíritu de Ya semos europeos (1989; visión tan realista como ácida del papanatismo europeista de los 80), o el de los montajes teatrales sobre el «catalanismo de campanario», al estilo Ubú president (1995), que le han costado tener que dejar Cataluña y refugiarse en Madrid.
Puede que haya pocos «métodos» que retraten mejor una época y un país que estas 39 lecciones que un grupo de jóvenes catalanes, aún bastante verdes pero llenos de talento, actuaron para la TV alemana en los años finales del franquismo. O al menos esa es mi impresión.
Todas las épocas tienen su lingua franca, una lengua cuyo dominio permite tener acceso a lo más avanzado de la cultura, la ciencia y la economía mundiales.
Hubo un tiempo en que Erasmo y Tomás Moro se carteaban en latín (lengua con la que se podía viajar por toda Europa). El español o el francés tuvieron su momento. En el siglo XXI esa lengua es el inglés, o mejor dicho, el globish, del que he hablado varias veces, y que representa la llave que permite moverse por el mundo y comunicarse con todo tipo de personas, así como tener acceso a todo lo que se publica de más avanzado en el mundo actual.
Una población que no habla globish (la variante internacional del inglés) es una sociedad subdesarrollada en todos los niveles, y de incierto futuro. Estas ideas me vienen a la cabeza tras haber visto los resultados del Indice Mundial de Conocimiento del Inglés, que acaba de publicar EF (Education First) – PDF.
No se trata de un informe cualquiera, en absoluto. Se trata del índice más serio al respecto, realizado a lo largo de tres años sobre un universo de más de 2 millones de personas. Se analizan 44 países y el resultado tiene una validez mundial, ya que se considera muy fiable.
Pues bien, España sigue retrocediendo en el EF EPI. De 44 países, ocupa el puesto 24 con una descripción de «Low Proficiency» (nivel bajo), tan solo un par de puestos por encima de Guatemala. Portugal está en el puesto 15, con un «moderate proficiency» de desempeño.
Con todo, lo que más asusta es esa especie de «porqueyolovalguismo» general, que es único e insólito en Europa, una especie de orgullo de la ignorancia:
According to a recent survey by The Hay Group, 70% of Spanish senior managers do not speak English, one of the highest levels in Europe.
However, only 40% of Spaniards told the CIS that they felt they had been disadvantaged at some point in their careers due to their poor English skills.
En mi modesta opinión, es imposible que un país en estas condiciones tenga ningún peso en la cultura internacional a fecha de hoy y de cara al futuro. Hay una relación directa entre un buen nivel de inglés y una industria cultural desarrollada o un nivel de ingresos altos.
Recomiendo leer el informe entero, es muy ilustrativo.
Me ha llegado el nuevo libro de José Penalva: Corrupción en la Universidad. El ocaso de la educación. El triunfo de la endogamia (Ciudadela, 2011).
El profesor Penalva (Universidad de Murcia) cuenta cosas de las que todos los que pertenecemos al mundo académico hemos sido testigos, pero de las que apenas se publica nada.
Analiza los motivos por los que la Universidad española se ha convertido en una de las más mediocres del mundo, como reflejan todos los informes internacionales. De hecho, no hay ninguna Universidad española entre las 200 mejores del mundo.
La Universidad, como algunas otras instituciones, goza de una suerte de respetabilidad que no es sino una efectiva cortina de humo. Tras ella se esconden numerosos casos de corrupción y endogamia que ni mucho menos son marginales.
Es una guerra sucia en todas las instancias entre profesores, doctores, catedráticos, etc., que luchan por mantener su particular parcela de poder. Todo ello, a costa de los alumnos y de los contribuyentes, que con sus impuestos sostienen un imperio de ineficacia y nepotismo.
Desde el punto de vista de la innovación y el uso de las nuevas redes tecnológicas (temas de los que nos ocupamos en este blog) me parece un libro sobre el que llamar la atención, ya que, en un ambiente como el descrito, es imposible que se abran paso el cambio, la innovación y el riesgo.
En este sentido, el tema de este libro puede ser considerado triste categoría, más que circunstancial anécdota.
Recuerdo bien cuando empezaron a hablar de Moodle 2.0. Llevábamos tiempo metidos en eso que llamábamos la Web 2.0 y no podíamos menos que comparar lo que podíamos hacer con Moodle, un LMS de lo más avanzado, pero ridículo al lado de las posibilidades de aprendizaje de la red abierta. El clamor cuajó en el debate LMS vs. PLE, sobre todo a partir de la segunda edición del CCK.
Moodle necesitaba un lavado de cara, y a finales de 2010, y después de una larga espera (los que estuvimos en la Moodlemoot de 2009 ya vimos versiones más o menos definitivas) nos encontramos con una plataforma de gestión del aprendizaje que, lejos de salvar los obstáculos que se planteaban, redunda en los errores que ya conocíamos. Es probable que muchos no estéis de acuerdo, y será probablemente porque entendáis lo que significa enseñar y aprender de forma distinta a como yo lo hago. Por eso, y para los que estéis en sintonía con lo que aquí escribimos normalmente, os dejo cinco consejillos que seguir para sacar provecho de Moodle 2.0.
Olvídate de los blogs en Moodle. No sirven para nada. Pese a ser una de las características estrella de Moodle 2.0 (junto a la larga lista de especificaciones técnicas y dirigidas a los gestores -no a los docentes ni a los discentes-), Moodle no puede competir con servicios como Blogger o WordPress. El sistema de comentarios es horrible, la sindicación es una ilusión, la personalización del contenido sigue siendo muy pobre… No lo dudes, los blogs fuera de Moodle.
Dale una apariencia diferente. Instala una plantilla (o pide que te la instalen) que sea distinta. Todos sabemos que el aspecto visual de Moodle no es probablemente uno de sus fuertes, y menos si trabajas con pequeños. Si tus alumnos tienen menos de 10 o 12 años directamente olvídate de la plataforma: te lo agradecerán. Si son más mayores, utiliza una plantilla tipo facebook. Quizá consigas tenerlos entretenidos un rato hasta que se den cuenta del engaño.
Olvídate del control. La evaluación mata, y en ocasiones también hace perder el tiempo dándole vueltas a herramientas de calificación. Aunque todavía existe cierta obsesión acerca de la necesidad de que los LMS nos faciliten la evaluación calificación de nuestros alumnos, yo esperaba que Moodle 2.0 fuera en la dirección contraria, y no redundara en este tipo de «utilidades».
Utiliza los foros, el glosario, la wiki, el calendario y los paquetes scorm… si lo necesitas. Te servirán para gestionar más o menos los contenidos y generar discusiones entre los alumnos, pero nada que no puedas hacer mil veces mejor combinando las herramientas de Google con un blog que centralice la marcha del curso. A no ser que quieras llevar un control exhaustivo de la actividad de tus alumnos: si algo funciona bien en Moodle son las herramientas de control. Si quieres saber cuánto tiempo han estado conectados tus alumnos o qué páginas del curso han visitado, Moodle es tu aliado perfecto. Los paquetes SCORM te ayudarán también a presentar contenido a tus alumnos y a hacerles preguntas sobre el mismo.
Busca la complicidad de los usuarios. Sólo con ellos (y con sus familias, en el caso de trabajar con menores) conseguirás vencer dos de las barreras fundamentales que hacen que muchos profesores usen Moodle como plataforma central para el desarrollo de su trabajo en la red, a saber, el miedo a perder el control (de la actividad de los alumnos, de los contenidos que publican,…) y el problema de la privacidad (adultos que piensan que poner tu nombre en internet es como poner el número de tu tarjeta de crédito a disposición de cualquiera, o familias que piensan que hay un corruptor de menores detrás de cada clic).
Como ves, parece el dilema sigue en pie, y el planteamiento de Dougiamas continúa más vigente que nunca… Aunque el tiempo juega en favor de un claro ganador. Se admiten apuestas.