Está claro que mi posición global es Off. A ver si alguno de los nodos recoge el guante y me da la réplica, que de eso va el tema.
Ultimamente al nuevo paradigma educativo en red le están saliendo demasiados padres. Uno de los más «peligrosos» quizá sea Edgar Morin, porque anticipa conceptos atractivos, pero después de pervertirlos filosóficamente anulando lo que en ellos hay de liberadores. Además, sorprende su incapacidad para interpretar nada que sea medianamente trascendente: su miserable interpretación de Pascal -por ejemplo- provoca vergüenza ajena.
Morin oye campanas pero no sabe de dónde vienen. La idea de que un cierto desorden puede contribuir a una nueva forma de organización la toma de Heinz von Foerster pero rebajando sus implicaciones ontológicas y «desactivándola», por decirlo suave. En realidad, para Morin no existe el caos ni en el orden espontáneo, y apenas tímidamente se atreve a exponer la perogrullada de que la energía desordenada puede contribuir a cierta nueva forma de organización. Es triste constatar lo poco que aprovechó su estancia en los EEUU y cómo el contacto con genios como Henri Atlan no le sirvió de mucho. En cuanto vuelve a Europa se quita la careta y se pone a elaborar un gigantesco «Método» en el que levanta un megalomaníaco monumento al padre de todos los crímenes del siglo XX, el Sr. Jorge Guillermo Federico Hegel, y a despotricar de lo que llama «tecnociencia». Vamos a ver, este señor es un ludita que despotrica de la tecnología, a la que considera incompatible con lo humano. ¿Cómo va ser el precursor de una educación conectada?
Es verdad que tiene más interés cuando habla del paradigma complejo (aunque en el fondo no es más que una triquiñuela para vendernos una burra con orejeras), o cuando defiende el principio de incertidumbre, es decir, la forma en que pone en valor la competencia estratégica por encima del cualquier concepto programático. Pero, ¿qué credibilidad puede tener al respecto el autor del «Método»? También sorprenden algunos raptos de lucidez, como cuando para ilustrar su idea de la «readaptación permanente» echa mano de una mezcla de información y azar, y pone como ejemplo la victoria de Napoleón en Austerlitz. Ante un ejército superior en número, Napoléon aprovechó la aparición de una niebla imprevista para darle la vuelta y ganar una batalla que tenía perdida. Vale, para jugar al estratego sirve.
En el fondo, Morin lo que está es más perdido que Fabrizio del Dongo en Waterloo, además de preso de un corsé teleológico que no le deja moverse, y, lo peor, tampoco nos deja movernos a nosotros. Intuye algunas cosas -orden espontáneo, caos, competencia estratégica, etc.- pero no se atreve a sacar las consecuencias lógicas de todo ello.
Por si esto fuera poco, es autor de un indigesto panfletillo titulado «Siete ideas acerca de la educación», un montón de lugares comunes que a veces recuerda al Downes más demagógico. Reconozco que en cuanto llegué a lo de que la función de la educación es crear un «mundo responsable y solidario» no pude más y lo dejé de lado. Para Marinas de pacotilla, ya los tenemos en casa.