He estado siguiendo más o menos la discusión que se ha entablado en la red en torno a la «conversación» de los famosos gemelos de 17 meses:
Nadie piensa que estos bebés estén manteniendo una conversación en un lenguaje propio. Lo que hacen es imitar a los padres, incluso en la entonación, que es la forma en que se desarrolla el lenguaje a esas edades.
Esto no quita para que haya lingüistas que piensan que hay un «tema» de conversación: los calcetines. Los bebés de 17 meses conocen ya la diferencia entre 1 y 2, y por los movimientos con las piernas parecen referirse a la falta de un calcetín por parte de uno de ellos.
Lo que me interesa más del tema (como profesor de ELE, ya que no tengo ninguna formación específica en el desarrollo del lenguaje infantil) es el hecho de que los gemelos mantengan una relación entre ellos basada en gestos y en entonaciones. De alguna forma, me hace intuir que el aprendizaje tiene un componente mimético basado en interacciones entre pares a partir de referentes de autoridad que merecen confianza.
Es decir, el aprendizaje de una lengua consiste (entre otras cosas) en comunicarse de forma autónoma, real, voluntaria, retroalimentada, y sobre la base de un reconocimiento de lo otro. Y eso sí tiene que ver con nuestro trabajo como profesores de ELE.
Diane Ravitchno es una persona irrelevante. Ha sido una de las responsables de implementar las políticas educativas en EEUU durante las presidencias de Bush y Clinton, en especial por lo que se refiere a la «accountability», es decir, el uso sistemático de evaluaciones que midan la «calidad» educativa («total quality management»).
la idea de evaluar el sistema educativo ha fracasado.
la evaluación del desempeño en el ámbito educativo se ha convertido en un fin en sí mismo.
evaluar la escuela es «mecanicista, contrario a la ética y contrario a la educación».
la calidad de las escuelas ha caído debido a la existencia de los sistemas de evaluación, con su legión de pedagogos e inspectores.
la «evaluación objetiva» no existe, no es posible un «barómetro» educativo.
En definitiva: la evaluación se está cargando la educación de las nuevas generaciones. Aquí tenemos a una de las máximas responsables en diseñar el sistema educativo norteamericano entre 1997 y 2004, entonando el «mea culpa» a través de libros, conferencias, artículos y en el blog Bridging differences.
Si bien no cree en recetas mágicas, considera que, al menos, hay tres medidas necesarias:
la escuela no es un lugar que debe enseñar a pensar, es decir, no es un lugar para la represión del conocimiento, y no es un lugar para domesticar en lo políticamente correcto. La escuela debe ser un espacio de aprendizaje y de libertad, no de evaluación punitiva.
se debe acabar con los cuerpos de «expertos», pedagogos e inspectores, es decir, con los policías de la evaluación que contribuyen a «undermining» (destruir los cimientos, socavar) la educación.
que el profesor dedique su tiempo a cultivar el conocimiento, en vez de estar pensando en cómo pasar el test de evaluación, del que dependen su sueldo, prestigio e incluso su propia vida.
Viniendo de alguien que ha participado en el montaje del mecanismo, no estaría mal tenerlos en cuenta.
Poco a poco se están empezando a usar las apps en proyectos cientificos. Hay quien habla en este sentido de «minilaboratorios portátiles». El potencial de las aplicaciones radica en que permiten llegar a millones de personas. Aunque el éxito de un experimento con apps depende de la participación de los usuarios.
Uno de los proyectos europeos que más repercusión está teniendo por ahora es Palabras XL (Science XL en inglés), que pretende conocer mejor la capacidad de leer del ser humano:
Un aspecto fundamental de esta capacidad es el modo en el que somos capaces de decodificar de manera rápida y sin apenas esfuerzo las cadenas de letras, identificando a qué palabra se refieren para poder así acceder a su significado.
La aplicación de Palabras XL (en español, vasco y catalán, entre otras lenguas) se basa en tareas de decisión léxica, es decir, hay que decidir si cada palabra que se nos presenta es real o inventada. La aplicación mide el tiempo de reacción y si la respuesta es correcta.
El mecanismo es simple, pero depende de la participación masiva. Hay que tener en cuenta que, en el caso del español, la prueba se está haciendo con la variedad de los hablantes de España:
Cuando estudiaba lingüística aplicada a la enseñanza de lenguas (a principios de los 80), solíamos empezar directamente con el método comunicativo, tras un somero repaso a los anteriores, del natural al audiolingual, pasando por el de traducción inversa, etc.
Al tratar de la influencia del conductismo, nunca faltaba alguna referencia al ejército de los Estados Unidos, que era quien había aplicado la «conducta verbal» de Skinner de manera más sistemática. Sin embargo, hasta ahora no había visto imágenes reales de cómo eran las cosas en esa época, inmediatamente anterior a Chomsky (cuyo innatismo está cada vez más en cuestión, pero que fue aire fresco entonces) y a los estudios cognitivos. En este artículo, que se titula «The history of America’s multilingual military» no solo hay un resumen del tema, sino enlaces a materiales audiovisuales producidos por el Defense Language Institute. Foreign Language Center (DLIFLC), puesto en marcha durante la II Guerra Mundial y que sirve de escuela de idiomas para los soldados norteamericanos.
Lo que me ha llamado la atención es un documental de los años 50 que refleja fielmente la metodología conductista de la que hablan los libros: clases basadas en la repetición, ejercicios de «drills», laboratorios de idiomas, simulaciones, inmersión cultural de trapillo…, en fin, todo lo que barrimos con el «enfoque comunicativo», aunque algunos intentan volver a darnos gato por liebre con el truco de las «nuevas tecnologías».
He seleccionado los 15 minutos centrales del documental, por si a alguien le interesan. El filme no tiene desperdicio, pero reconozco que la simulación en la camisería mexicana (en unos barracones de pegote, ordenados por zonas del mundo) me ha tocado la fibra sensible. El dependiente está muy en su sitio, a pesar del uniforme, y ese «aquí la tiene su tamaño, señor» me parece bien, aunque ¿alguien entiende qué número usa el cliente? Ahora bien, lo de escuchar pasodobles en las pausas entre clases me ha parecido ya muy friki, pero vamos que todo en general es un disparate. Y que Skinner me perdone.
En estos tiempos aún oscuros de lo que John Algeo llamaba «lexicograficolatría», es decir, de reverencia excesiva a la autoridad del diccionario, o a un supuesto comité de sabios que recibe dinero público por dar opiniones que no sirven para nada, da gusto leer unas páginas tan sensatas, escritas por la que ha sido durante mucho tiempo editora de la Oxford University Press.
How to Read a Word es una obra absolutamente centrada en la lengua inglesa, algo que puede limitar su recepción en el ámbito hispánico. Pero tiene una gran cualidad: puede leerse como una especie de manual de orientación léxica en el mundo posdigital. Knowles dedica iluminadoras reflexiones a la forma en que podemos desarrollar la competencia léxica, para manejarnos por nosotros mismos en el mundo de las palabras, más allá de diccionarios, comités de burócratas o gurus de suplemento dominical.
Estos son algunos de sus «tips», independientemente del uso de nuevos diccionarios del tipo Urban Dictionary (la RAEM tiene su gracia, pero es una anécdota) o Wordnick:
cómo usar motores de búsqueda, tipo Google Noticias para encontrar información relacionada.
cómo usar las «palabras clave» («keywords») para comprender vocabulario, mediante el uso de las «slashtags» que son la base de herramientas como Blekko.
cómo manejar los resultados, en relación con problemas como las «palabras fantasma» o los «falsos amigos».
cómo leer el pasado a la luz del presente; un ejemplo sería el uso de «gay» a lo largo del siglo XX en inglés, o (se me ocurre) el uso de «hacer el amor» para el mismo período en español.
Si hemos conseguido poner a la gramática definitivamente al servicio de la realidad operativa de la comunicación, es necesario arrebatarle las palabras a quienes las tienen secuestradas.
El libro de Mrs. Knowles es entretenidísimo, y está lleno de detalles e historias reveladoras. Pero lo importante -en mi opinión- es su objetivo: devolverle las palabras a sus legítimos propietarios, los hablantes, para que tengan confianza en sí mismos y sepan desarrollar habilidades que les permitan orientarse en la sociedad posdigital en la que vivimos; en definitiva, eso que, pedantemente, se conoce como «aprender a aprender».
La relación entre futbolistas y lenguas es apasionante. Al tratarse de gente del común que sabe darle patadas a un balón y que suele llevar una vida nómada, de país en país, son una fuente inagotable de reflexiones sobre el tema (que yo sepa, poco estudiado).
La última es la que ha liado Fabio Capello, el italiano que hace ahora de seleccionador de Inglaterra.
Si ya era curiosísima su relación con la lengua inglesa, ha terminado de liarla parda con estas declaraciones (por cierto, un ejemplo perfecto de esa preciosa lengua que se llama globish):
I think when I speak with the players they understand everything. I think in this job, it’s important when you speak with the players.
If I need to speak about the economy or other things, I can’t speak. But when you speak about tactics, you don’t use a lot of words.
I don’t have to speak about a lot of different things. Maximum 100 words.
Esto último es lo que ha montado el pollo. La prensa británica se lo ha tomado de todos los colores. El estirado The Independent hace un análisis serio sobre la arriesgada afirmación léxica del «macarroni». Por su parte, la BBC incluye en su artículo una lista con las 100 palabras más frecuentes del inglés, para uso de Capello y sus muchachos (la primera es «the» y la última es «us»; supongo que a eso se le llama «humor británico», aunque en Granada lo conocemos como «malafollá»).
The Guardian aprovecha para publicar unas «Language lessons with Fabio Capello», que incluyen de paso una lista con las 100 palabras imprescindibles para un profesor:
El tabloide The Sun también le saca punta al tema y afirma que, para lo que gana, cada palabra del «míster» le cuesta al contribuyente inglés 60.000 libras esterlinas. Además, proponen una posible «lista de Capello», con las siguientes 100 palabras, que nos divertirán especialmente a los aficionados al fútbol:
Y no menos desopilante (al menos yo me he tirado por los suelos; «desopilante» es algo así como «muy divertido», lo digo para los que vengan de la LOGSE) es el artículo del Daily Star, que va con video incluído y una recopilación de mejores momentos.
La verdad es que Fabio Capello habla un globish magnífico y muy bonito, pero eso de que con 100 palabras se entiende sin problemas está siendo el «polverone» lingüístico de estos días en Gran Bretaña. Y en Italia…
En efecto, hace tiempo que algunos simplemente ni nos planteamos determinadas cuestiones: la autonomía del estudiante, la estafa de la evaluación, la necesidad del caos para aprender, la evidencia de la conectividad, la naturalidad de la apertura y el intercambio («sharismo») etc…
Hace bien Siemens en dejar claro que no piensa contestar a más chorradas sobre estos temas, que resume en varios puntos (modifico mínimamente el resumen de Alvarez), que ya cansa seguir explicando:
Los estudiantes deben tener el control de su propio aprendizaje. Los educadores podemos guiarlos o ser intermediarios, pero el aprendizaje significativo implica una actividad impulsada por el que aprende.
Los estudiantes necesitan experimentar confusión y caos durante el proceso de aprendizaje. Aclarar(se) ese caos es el objeto del aprendizaje.
La apertura de los contenidos y la interacción aumentan las conexiones aleatorias que impulsan la innovación.
El aprendizaje requiere tiempo, pensamiento crítico y reflexión. La ‘ingestión’ de nueva información requiere tiempo para ‘digerirla’.
El aprendizaje es aprendizaje en red. El conocimiento está distribuido.
La creación es vital en el aprendizaje. Los alumnos tienen que crear artefactos para compartir con los demás y para ayudar a dirigir su exploración más allá de los artefactos que el educador les ha proporcionado.
Dar sentido a la complejidad requiere de sistemas sociales y tecnológicos.
Quien quiera perder el tiempo cerrando contenidos, intentando evaluar o controlar, pensando que el caos no es parte del proceso de aprendizaje, etc., es su problema. La realidad va por otro lado.
La tesis de Shirky es que la nueva tecnología en red nos convierte de consumidores en productores y difusores de contenido, en creadores activos sin miedo al fracaso. El libro es ameno e interesante (la capacidad de Shirky para los títulos atractivos es prodigiosa), pero no dice nada nuevo, al menos nada que Isaac Mao no hubiera dicho mejor y más brevemente en su maravilloso manifiesto del sharismo, que traduje para NodosEle hace dos años.
Para volver al tema de la lectura, del que hablé en el post anterior, esto significa que los e-books y las apps actúan como catalizadores de sinergias de raíz semiótica, es decir, crean nuevos tipos de texto que, para ser entendido, requiere de una nueva cognición de interfaces.
Está por explorar la capacidad de Borges a la hora de anticipar el mundo de infinitas variaciones que nos circunda; se han hecho algunas cosas, pero bastante malas. Tenemos un problema si no sabemos gestionar la capacidad cognitiva necesaria para manejarnos en este tipo de escenarios. El juego mozartiano de una Musikalisches Würfelspiel («Juego de dados musical», 1787), especie de app del siglo XVIII capaz de generar 45 billones de vals diferentes (harían falta 200.000 horas para escucharlos) es ya una realidad (un ordenador los genera inmediatamente) y, por tanto, un reto cotidiano: